crucifijodelrector En mi oficina en Roma tengo un crucifijo que para mí es muy elocuente. Me lo regalaron en la visita que hice a mis hermanos salesianos y a la Familia Salesiana en el Perú. Se trata de una cruz (símbolo del cristianismo, como bien sabemos), pero que tiene sobre la Cruz no a nuestro Señor Jesucristo, sino a un niño pobre.

El mensaje es claro y muy fuerte: es el Señor Jesús crucificado en los crucificados de nuestro mundo.

No deseo ponerlos tristes, mis queridos amigos y amigas lectores. Y menos aún crearles “mala conciencia”. Pero sí quiero dejarles esta pregunta que me hago muy frecuentemente: ¿Será que no somos capaces de hacer un mundo más justo? ¿Nunca lo vamos a conseguir?

Quiero creer que sí, y se van dando pasitos, poco a poco. Pero falta tanto camino por recorrer. Me he encontrado en estos últimos seis años recorriendo el mundo, con muchas crucifixiones ¿Verdad que la expresión es muy fuerte?

Crucificados eran los niños de la calle que me encontré en las presencias salesianas de Colombia, o de Sri Lanka, o de Lwanda en Angola, (y otros muchos, lamentablemente siguen en las calles del mundo).

Crucificados han estado los chicos y chicas adolescentes que conocí en Ciudad Don Bosco de Colombia que formaron parte, obligados, de la guerrilla de las FARC.

Crucificadas en una cruz parecida a la que tengo en mi oficina han sido las niñas y adolescentes que eran usadas sexualmente en Freetown, capital de Sierra Leona. Ellas ya estaban a salvo en la casa salesiana, pero otras muchas estaban en la calle o prisioneras de algunas mafias.

Crucificadas estaban las niñas y niños que conocí en la casa Don Bosco de Ghana, que habían sido rescatados de las mafias de extracción de órganos. Me dieron la bienvenida dos niñas de nueve añitos que estaban “condenadas” a morir. Por fortuna y bendición fueron rescatadas por la policía antes del fatal desenlace y llevadas a la casa salesiana. Pero otras perdieron sin duda la vida.

Crucificados estaban muchos adolescentes que sin haber tenido juicio estaban desde hacía varios años en una cárcel. Todos los días les visitan mis hermanos salesianos, pero su esperanza es pequeña. Y entre estos pude visitar a los jóvenes que en la misma prisión eran enfermos terminales. A estos sí que no les quedaba ninguna esperanza. Sólo Dios.

Crucificadas estaban las niñas obligadas a trabajar en varios lugares que he visitado en determinadas naciones. Negociamos para que les permitan venir a la escuela, pero las primeras en resistirse son las familias porque pierden una salario, por pequeño que este sea.

Crucificados han estado durante muchos años las familias de los pueblos Bororos y Xavantes que corrían el peligro de perder sus tierras en el Brasil ante la fuerza de los terratenientes (os facendeiros). Como crucificados fueron, con un tiro de muerte, el hermano salesiano Rodolfo y el indio Simao, de quienes ya les hablé en otra ocasión.

Crucificados han sido cientos de niños y niñas huérfanos que he conocido en Alepo. Una guerra que no pueden entender les arrebató todo.
Crucificados por Jesús han sido en los últimos meses mis hermanos salesianos César Antonio y Fernando.
Crucifcados de este mundo son todos los ahogados en el ‘Mare nostrum’, el Mediterráneo, a causa del tráfico de seres humanos. Los lanzan al mar sin seguridad, casi abandonados y después de pagar fuertes sumas de dinero por cada “pasaje”. Qué ironía llamar ‘pasaje’ a ese viaje.

En todos los continentes y en muchas naciones he encontrado crucificados de este mundo.

Por eso hoy quería decirles algo sencillo: me resisto y debemos resistirnos a qué nos parezca común, habitual, natural que haya que pagar estos precios. En el farisaico lenguaje militar usado en tiempo de guerra emplean la expresión “daños colaterales”. NUNCA una muerte, la pérdida de una vida humana puede ser una daño colateral.

Ante tantas crucifixiones solo nos queda tener despierta nuestra mirada y nuestra conciencia que no nos permita verlas como inevitables. Solo nos queda estar tan despiertos como para condenar lo que sea condenable. Solo nos queda ser tan activos como para ver qué podemos hacer, en qué y con quién podemos sumar esfuerzos.

Los grandes de la historia, los grandes y sencillos santos lo hicieron. Son muchos. El más conocido para nosotros, nuestro amado Don Bosco. Buscó respuestas justas a situaciones injustas.

Mis amigos y amigas: ojalá que la próxima vez que contemplen un crucifijo puedan recordar algunas de estas palabras, puesto que muy probablemente, y lo digo con dolor, habrá algún crucificado más.

Que el buen Dios les bendiga.

 

 

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