Pequeño marimbista Sorpresa en la aldea. Antes de misa me informa un dirigente que hay cinco niños que están aprendiendo a tocar marimba. – Son aquellos de camisa blanca, me dice, señalándolos. Están sentados muy seriecitos cerca de los avezados marimbistas que animan, con las jóvenes cantoras, la parte musical de la celebración eucarística. El dirigente me explica que debo bendecirlos.

Hay muchas tareas para esta misa: bautizar a un niño y una niña algo crecidos, ungir con el óleo de enfermos a 42 ancianos y ancianas, ratificar los nombramientos de los nuevos mayordomos y de los miembros de la cofradía del Rosario y, acto fuera de programa, bendecir a los mini marimbistas.

Durante la celebración eucarística los novatos marimbistas tuvieron la oportunidad de ejecutar una pieza musical. A pesar de que la música no es mi fuerte, me pareció que hicieron un buen trabajo.

Terminada la misa, convoqué frente al altar a los niños de la marimba para impartirles mi bendición, que aquí implica siempre agua bendita. Luego, al almuerzo en la cocina. En esas estaba cuando se acercó un mayordomo y me dijo al oído que el marimbista más chico estaba llorando en la ermita porque el padre no lo había bendecido. Como no entendía el porqué de la exclusión, me lo aclaró: Al terminar la misa el niño salió a orinar y, a su regreso, ya no estaba el padre.

Terminado el almuerzo, fui en busca del desconsolado músico. Lo encontré enroscado en una silla con el rostro oculto, hecho un mar de lágrimas. Lo levanté, le impuse mis dos manos sobre su cabecita y le di la bendición más solemne de mi vida.. y con agua bendita.

- Que por qué tantas lágrimas, se preguntará alguno. Existe la creencia de que, si alguien queda privado de la bendición, se va a morir.

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