Nombre. ‘Adviento’ significa “arribo”, “venida” (del latín adventus). En nuestro caso: venida del Señor.
La esperanza de los creyentes es el tema del tiempo litúrgico del Adviento. Y es la virtud que estamos llamados a renovar al inicio de este nuevo año litúrgico.
En el tiempo de adviento nos preparamos a celebrar la primera venida de Jesús, en el misterio su encarnación, y nos preparamos para su venida gloriosa.
El pueblo de Israel es un gran maestro de la esperanza. En él se refleja de forma eminente toda la esperanza de la humanidad. La Iglesia recuerda la trayectoria mesiánica de este pueblo, para sostener el itinerario de su propia peregrinación por la historia.
El adviento celebra ante todo la dimensión histórico-sacramental de la salvación. El Dios del Adviento es el Dios de la historia, el Dios que “tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos” (Heb 2,17) y “se hizo carne” (Jn 1,14), “por nosotros y por nuestra salvación” en la persona de Jesús de Nazaret, en el cual nos revela su rostro de Padre (cf. Jn 14,9).
La dimensión histórica de la revelación [“Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” Jn 1,14] recuerda hasta qué punto es concreta la salvación del ser humano, de todo ser humano, de toda persona y de todas las personas; aquí se revela el nexo intrínseco entre evangelización y promoción humana: ‘y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre’. De ahí que la celebración de la Navidad de Cristo es ¡la celebración de la dignidad humana!
Los protagonistas
Tres personajes protagonizan la esperanza de la humanidad, de Israel y de la Iglesia: a) Isaías, el profeta más monumental y rico de textos mesiánicos. La ilimitada certeza de su fe en el hecho de que Dios nos hará un DON, un regalo: su Mesías y su salvación. De esa esperanza han nacido palabras sublimes que todavía hoy son la interpretación más alta del anhelo de toda persona hacia Dios. b) La segunda figura central: Juan, el Bautista, el Precursor. Sus textos, como trompetas de un evangelio de liberación individual y social, son la fuente de la celebración de estos días. c) La tercera figura central: María santísima.
Así escribe el Papa Pablo VI: “Los fieles que viven con la liturgia el espíritu del Adviento, considerando el inefable amor con el cual la Virgen esperó al Hijo, son invitados a contemplar a María, a imitarla como modelo, y a prepararse para ir al encuentro del Salvador que viene, ‘vigilantes en la oración, exultantes en la alabanza’ (Pablo VI, Marialis cultus 4).
La Iglesia celebra esa ininterrumpida venida del Reino de Dios al mundo. Las tres venidas de Cristo: Ante todo, la venida histórica del Señor al mundo, en el vientre de la Virgen Madre, en Belén. Luego, la venida sacramental a nuestra comunidad cristiana, aquí y ahora, donde somos llamados a convertirnos y a hacer visible su presencia humanizadora y benéfica. Y la grande y última venida: su manifestación gloriosa al final de los tiempos.
Durante este tiempo se intensifican actitudes fundamentales de la vida cristiana: la espera atenta y activa, la vigilancia, la fidelidad en el trabajo misionero, la sensibilidad para descubrir y discernir los signos de los tiempos, como manifestaciones del Dios Salvador que “está viniendo en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe, y por el amor demos testimonio gozoso de la espera dichosa de su Reino” (cf. Prefacio III de Adviento).
A lo largo de estas semanas somos invitados a esforzarnos en dar cumplimiento eficaz a las promesas mesiánicas: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4).
A nosotros nos toca ponernos a darle cumplimiento a esta profecía. Y ya ha comenzado; pues ahí donde las personas se ponen en camino hacia ‘el monte de la Casa del Señor’ (Is 2,2-3) se vuelven más humanos. ¡Sólo desde Dios y con Dios nos humanizamos! Sólo desde Dios y con Dios podremos hacer de las ametralladoras hazadones. Sólo desde Dios y con Dios no alzaremos ni siquiera la voz contra nuestro prójimo.
“¡Adelante, Casa de Jacob, caminemos a la luz del Señor!” (Is 2,5)