Un agradable sabor de boca me dejó esta semana santa, pues pude vivir el fervor y el amor de Dios en otra dimensión, con las personas más importantes para mi: mi esposo y mis hijos.
Este año me propuse vivir intensamente con mis hijos, desde la cuaresma hasta la semana santa, intentando poco a poco ir fomentando en mis pequeños el significado y el amor por todo lo que rodea a estas celebraciones y todo se fue acomodando para que no fuera solo mi deseo, sino el de mis propios hijos.
Iniciando con José Alejandro, que se ofreció cada viernes de cuaresma para recitar en su kínder distintas estaciones del santo vía crucis, pues conforme memorizaba le surgían preguntas y así, pude meditar junto a él con otros ojos la pasión de Cristo.
Ana Lucia, sin poder quedarse atrás se aprendió los cantos de perdón y arrepentimiento del víacrucis, que, aunque mucha risa le causa a quien la escucha, a mi me da gusto saber que sin dimensionar sus palabras, ella vive desde tan corta edad la semana mayor.
En cada celebración, los dos miraban y nos cuestionaban a mi esposo y a mí, que significaba tal o cual cosa, pero sin ningún reparo repetían los rituales, por ejemplo mientras hacíamos fila para adorar la cruz, no esperaba que José Alejandro repitiera lo que todos hacíamos, sin embargo se arrodilló y besó la cruz y me dijo: ¿mamá en esa cruz murió Jesús? y como pude le respondí que si.
En esa misma celebración Lucía me pregunto ¿mamá por qué Jesús está escondido?, refiriéndose a las imágenes tapadas en el altar. Traté de responder su pregunta, pero realmente trataba de asimilar cuanta capacidad de entendimiento tienen los niños y cuantas veces subestimamos esa y otras capacidades.
Finalmente simplemente pensé en las palabras de Jesús cuando dijo: “Les aseguro que si no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los cielos. El que se haga pequeño como este niño será el más grande en el Reino de los cielos” Mt 18, 1-4
Felices Pascuas de Resurrección!!!