misiones salesianas 1 Tomé la decisión de pasar un verano en Guatemala, en San Benito Petén. Esta no fue mi primera experiencia misionera. Sin embargo, esta resultó ser diferente a otras que he tenido.


Esta vez no colaboré en un oratorio salesiano, sino en una clínica médica y en una casa de acogida para migrantes. Tuve la oportunidad de ver de cerca una realidad que nunca había conocido.

En la clínica me encargaba de vender y ordenar medicinas, medir la presión arterial y la glicemia de los pacientes. Básicamente hacía las veces de secretaria de la doctora que trabaja allí. Una mujer muy fuerte con una vida larga y complicada sobre la cual se podría escribir libros. Ella hace el trabajo de tres médicos generales, se ocupa de todo en la clínica, desde amputaciones a la atención de enfermos de covid. El hecho de que yo me ocupara de esas pocas cosas le quitaba bastante trabajo.

Sin embargo pude ver que acudían con frecuencia niños con problemas respiratorios debidos a sus condiciones de vida. Muchos pacientes tenían problemas sencillos de digestión o dolores musculares, pero las patologías más frecuentes eran las derivadas de la diabetes. También hacíamos pruebas del covid, muchas resultaban positivas, pero por suerte con síntomas muy leves; no había mucho que pudiéramos hacer en estos casos; ordinariamente les aconsejamos que tomaran vitaminas para reforzar el sistema inmunológico.

Me sorprendió mucho el hecho de que tantas personas tuvieran necesidad de llegar hasta la clínica para un sencillo control de la presión y de la glucemia. De donde yo vengo lo normal es ver a pacientes afectados por la diabetes con su propio kit de monitoreo al alcance de la mano y es común que todos tengan en su casa el aparato para medir la presión o una provisión aunque sea mínima de medicinas para el dolor ocasional de cabeza o resfriados ordinarios.

En fin, me ha impactado mucho la paciencia de quienes llegaban a la clínica. A veces esperaban por horas para comprar una pastilla y nadie se quejaba; más bien, eran atentos y sobre todo estaban agradecidos por el trabajo que hacíamos. Agradecidos por las curaciones básicas, por camas llenas de polvo y herramientas desinfectadas de milagro.

Comprendí que el miedo, el enojo y caras largas son lujos de quien tiene dinero y las condiciones de vida que lo permiten, mientras todos los demás deben simplemente contentarse con lo que tienen.

En la casa del migrante, en cambio, ayudaba a servir las comidas, sobre todo a la hora de la cena. La mayor parte de los huéspedes habían escapado de Honduras o de algún otro país de Centroamérica. Había muchas familias con niños muy pequeños que viajaban a pie buscando algún transporte ocasional. Algunos tenían problemas de salud, pero era difícil encontrar medicinas. Se detenían en la casa solo por un día y después continuaban el viaje hacia los Estados Unidos.

He oído historias que quisiera poder olvidar. Escucharlas mirando los ojos de quien las había vivido en persona vuelve todo más difícil, pero me hacían recordar por qué estaba allí. Me interesan las experiencias de voluntariado en el extranjero porque me permiten vivir y conocer situaciones que con frecuencia se oyen solo de pasada en los noticieros. A pesar de que muchos digan que ofrecer mi tiempo en un voluntariado no sirve para nada, cuando estoy allí, en la misión, todo tiene sentido.

Una frase que la doctora repetía con frecuencia en algunas situaciones y que me hacía reflexionar mucho era “mejor que nada”. En realidad, es una cosa que siento a menudo durante las experiencias en el extranjero. Cuando la voluntad es mucha, pero los recursos son mínimos, es preciso “conformarse” hasta cierto punto, aceptar que no se puede hacer siempre todo como se quisiera, pero de todos modos es mejor que no hacer nada.

El bien es bien aún cuando no sea una acción impresionante para noticieros o ganadores de premio Nobel. El bien funciona si ayuda a mejorar el día de una sola persona y no se considera de escaso valor.

El mundo se salva con una sonrisa a la vez.

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Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 255 Enero Febrero 2022

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