Para Don Bosco, decir “joven” era pensar en las condiciones necesarias para afrontar la vida en tiempos de especial necesidad y abandono. Don Bosco es un sacerdote educador que entendió muy bien que solo se puede educar si la persona está en las circunstancias adecuadas para realizar el camino. Por eso, educar conllevaba para Don Bosco la atención a todas las carencias físicas y psicológicas de sus jóvenes: pan para vivir, ropa que vestir, un techo donde cobijarse y el afecto de un padre que se cuida de sus hijos.
Y sus muchachos aprendieron pronto que era posible encarar la vida con decisión; que alguien los quería de verdad y no escatimaba esfuerzos para echarles una mano; que Don Bosco estaba siempre ahí y los protegía y los quería de verdad.
Y crecieron junto a él Miguel Rua, Juan Cagliero, José Buzzetti, Domingo Savio, Juan Bautista Francesia y tantos otros… Se dieron cuenta de que también ellos podrían ser como Don Bosco. Valerosos entusiastas, estaban dispuestos a arriesgar su vida para ayudar a sanar a los enfermos de cólera; constituyeron un grupo animador del Oratorio poniendo en marcha la Compañía de la Inmaculada; se hicieron colaboradores de Don Bosco echando una mano en el día a día del Oratorio. Y, años más tarde, pidieron a Don Bosco “quedarse con él” y gastar la vida por otros jóvenes.
Este es el “éxito” educativo de Don Bosco. Amar de verdad, de corazón; ayudarles a crecer, confiar en sus posibilidades y abrir cauces para el futuro.
Y este es hoy nuestro compromiso. Todos los educadores, animadores, catequistas, hemos de renovar nuestro empeño por seguir educando con el mismo corazón de Don Bosco.
Los muchachos y los tiempos son diferentes. Pero hemos de saber actualizar, en medio de los jóvenes de hoy, las grandes instituciones educativas de nuestro padre: el espíritu de familia y la presencia amistosa; la bondad y el afecto que hacen surgir la confianza en los muchachos; el testimonio evangélico que hace intuir la presencia de Dios y posibilita un encuentro con Él.
Hoy somos todos nosotros quienes le ponemos rostro a Don Bosco. Por eso miramos siempre hacia él y tratamos de hacer nuestra su mirada, esperanzada y buena, de hacer nuestras sus manos comprometidas y tenaces, nuestro su corazón bondadoso y paciente.