“Con Don Bosco reafirmamos nuestra preferencia por la juventud pobre, abandonada y en peligro, la que tiene mayor necesidad de ser querida y evangelizada, y trabajamos, sobre todo, en los lugares de mayor pobreza.” Constituciones de los Salesianos, 26
Descubrir los signos de Dios en la propia vida es una de las cosas que más me gustan. Siempre que me preguntan ¿cómo descubriste la vocación de tu vida?, les respondo: “buscando las huellas de Dios en mi historia”.
Las cualidades y los defectos son signo de mi opción de vida. Es como si Dios haya ido construyendo conmigo esta decisión de ser salesiano. Sembró en mí y me hizo ver mis inquietudes, mis ilusiones y mis opciones. Y me dejó en libertad para escoger.
Denuncio que hizo trampa. Dios puso ante mí la inigualable oportunidad de abandonarme por completo a su voluntad. Cualquier opción era buena, pero ninguna como optar por su corazón. Pero le devolví el juego: le pedí que me convenciera.
Entonces comenzó este camino de formación. Me dio hermanos a quienes amar y considerar como mis amigos. Me dio jóvenes a quienes amar y hacerlos amigos y hermanos, algunos incluso hijos en la fe. Y me hizo amigo y hermano de quienes en verdad lo necesitaban. Me envolvió y eso me encantó.
Y como si fuera una “degustación”, me mostró muchos jóvenes más, de diversos lugares, naciones o credos, todos de diversas casas salesianas.
Y a todos me invitó a amarlos. Me dijo que dejara la orilla, que subiera a la barca y remara mar adentro. Me dijo que me soñó en las misiones, en los nuevos proyectos de la Iglesia.
Me detuve un momento. Ser salesiano es una bendición, pero ¿misionero? ¿yo? Tantas razones para no serlo. Bastó una para decir que si: es Dios quien me llama. Todo lo demás es añadidura.
Ahora que escribo esto no sé en dónde estaré cuando tú lo estés leyendo. Pero de algo estoy seguro: estaré feliz de haber optado por Cristo en la misión que confió a Don Bosco. Conociendo un nuevo idioma, nuevas costumbres, nueva comida. Conociendo lo que Dios me tenía preparado y conociéndome a mí en los jóvenes que Dios me ha confiado.
Algunos dicen que es locura. Otros que es de valientes. Tendrán sus razones. Yo creo que es de enamorados, de creyentes estar dispuestos a dejarlo todo por quien lo dio todo por nosotros. Y compartir este “todo de amor” con quienes viven la “nada” como condición.
Ser misionero es optar por vivir solo para Dios. Es comprender que solo Dios basta y que hay muchos muchachos que no lo han comprendido. Es a ellos a quienes hay que compartirles esta inmensa alegría: Dios es la respuesta y el amor de nuestra vida.
Si Dios a ti te llama para ser salesiano misionero, ¿qué opción mejor hay en tu vida?
Giuseppe Andrés Liano, joven salesiano guatemalteco, ha sido enviado por el Rector Mayor como misionero a Albania.