misiones salesianas 1 En realidad, son tres centros Don Bosco. Son enjambres de jóvenes indígenas de la etnia qeqchí, en el departamento de Alta Verapaz, en Guatemala.

 Uno, el principal, está ubicado en las afueras de San Pedro Carchá. El otro, más reciente, en la vecina ciudad de Chamelco. El tercero, a más de cien kilómetros de distancia, en el poblado caluroso de Raxruhá. Este último fue la célula original de esta tríada de internados para muchachos indígenas.

2,200 jóvenes habitan los tres centros. La mayoría llega de poblados lejanos, a muchas horas de distancia. Tienen hambre de aprender. Son muy pobres, pero ricos en tenacidad.
El Centro Don Bosco les ofrece lo que Don Bosco ofrecía en su tiempo a los muchachos desarrapados: casa, escuela, iglesia. En condiciones casi espartanas, estos muchachos se dedican con tenacidad al trabajo y al estudio.
En el Centro Don Bosco no hay empleados, aparte de quienes trabajan en tareas administrativas. Los internos cocinan, lavan su ropa, limpian las numerosas instalaciones, las amplias áreas verdes y el bosque circundante. Todo en forma ordenada, programada y eficiente.

Mientras unos atienden las lecciones de nivel medio escolar, otros aprenden oficios como electricidad, panadería, carpintería, albañilería, sastrería, soldadura y agroforestal. Son oficios de enorme utilidad en sus poblados de origen, caracterizados por una pobreza aguda.

El indígena qeqchí tiene la rara habilidad de ser comunitario y solidario. La vida diaria en el internado transcurre casi silenciosa. De forma rotativa, unos trabajan, otros asean, otros asisten a clases, hay quienes preparan la comida, los talleres están activos.

Lo más impactante de esta colmena humana es su estructura edilicia. El sector de aulas está separada del comedor. El área administrativa ocupa un espacio discreto. Los talleres están habilmente construidos en medio de la abundante vegetación. Los campos deportivos, que son abundantes, se encuentran diseminados. Cocina y comedor ocupan la parte más alta del conjunto. Interminables escaleras suben y bajan, enlazando el conjunto. Y la enorme y bella iglesia preside el conjunto desde un plano elevado.

¿Y los muros? Nada de muros. Todo está al abierto. Cerca del centro pasa la carretera que une a San Pedro Carchá con San Juan Chamelco. A pesar de la fascinación que puede representar la ciudad cercana a muchachos venidos de lejanos poblados, la disciplina es casi natural. Nada de escapadas furtivas. Cada quien a lo suyo, sin supervisores amenazantes.
El deporte es clave en este universo juvenil. Volibol y futbol son los preferidos. Además, trotar por los senderos trazados en el bosque circundante. Son muchachos fuertes, dados al trabajo exigente, acostumbrados a una vida sobria.

Como lo intuyó Don Bosco, este milagro educativo solo es posible desde un corazón sensible al amor de Dios. La vida de oración es tan importante como el alimento, el estudio o el deporte. Es una oración festiva, serena. Este es el núcleo que explica todo lo demás.

Cuando el padre Antonio De Groot llegó en 1982 como misionero a Raxruhá, esa población quedaba en el fin del mundo, tan aislada estaba. La gente vivía en extrema pobreza, carecía de servicios de salud y de educación formal, y las vías de acceso eran escabrosas y a veces intransitables.

Al padre Antonio le dolía ver la situación de desamparo en que vivían los jóvenes. Con sensibilidad salesiana acogió en la estrecha vivienda misionera a tres o cuatro jóvenes, quienes estaban interesados en aprender a leer y escribir. Fue la historia de Don Bosco con Bartolomé Garelli en versión guatemalteca.

Otros jóvenes se interesaron por incorporarse al pequeño grupo familiar. La semilla comenzó a brotar hasta llegar a ser el árbol frondoso que conocemos hoy.

Desde 1982 a 2015 estos son los resultados: 39,715 jóvenes indígenas han vivido, estudiado, jugado y rezado en los tres centros de Raxruhá, Carchá y Chamelco. Se han graduado 2,113 maestros de educación primaria bilingüe qeqchí-español.

Los “maestros del padre Antonio”, como los identificaba la gente, necesitaban encontrar comunidades donde trabajar formalmente. Así surgió la idea de proponer a los dirigentes comunitarios la creación de escuelas. La idea fue recibida con entusiasmo. En instalaciones rudimentarias se comenzó un proyecto educativo que comenzó a extenderse como el aceite.

Con la aprobación del Ministerio de Educación, en 1992 se creó una red de 900 escuelas administradas desde el Centro Don Bosco en los departamentos de Alta Verapaz, Petén y Quiché. El proyecto tuvo una fecunda duración de quince años. En esos años, 200 escuelas fueron construidas con apoyo del gobierno alemán, y 66,616 niños y niñas recibieron educación primaria. Cuando la gestión salesiana ya no fue necesaria; la red de “escuelas del padre Antonio” pasó a la administración directa del Ministerio de Educación.

Ese gigantesco impulso a la educación pilotado por el padre Antonio ha sido reconocido en 1997 por el gobierno de Guatemala con la Orden Francisco Marroquín, máxima condecoración a un maestro, y ha sido nombrado Embajador de la Paz en 2008.

A partir de 1995, el Centro Don Bosco recibe un subsidio del Ministerio de Educación de Guatemala que cubre el 90% de los gastos de funcionamiento. El porcentaje restante se cubre con aportaciones voluntarias de los padres de familia más otras donaciones particulares.

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