queqchimusica Da la impresión de que todo qeqchí, ellos y ellas, traen desde su infancia un alma musical. Grupos de niños tocando marimba con soltura, jovencitas con voz afinada cantando al micrófono en una celebración religiosa, jóvenes diestros en varios instrumentos musicales, tal parece que su habilidad musical es genética.



Les encanta pasar horas y horas escuchando la omnipresente marimba, desde la modesta y artesanal hasta las enormes marimbas que se roban gran espacio en las pequeñas ermitas.

Y el canto. El misionero salesiano P. Alfonso Friso llegó siendo sacerdote joven a la misión de Carchá, en Guatemala, allá por los años 70. Como buen italiano, está dotado de un fino oído musical. De inmediato comenzó a traducir al idioma local sencillas melodías religiosas. Fue como encender una llamita en un hojarascal seco. Al poco tiempo ya tenía suficientes cantos como para imprimir un cancionero, que se vendía como pan caliente.

Ese éxito inicial lo llevó a “profesionalizar” a grupos de jóvenes mediante cursillos de canto. Los interesados acudían hasta de otras parroquias, algunas muy lejanas. Cursillos y más cursillos hicieron que la música y el canto crecieran en calidad y variedad. Ahora el p. Friso está en reposo, pero su impulso innovador crece, gracias a la creatividad y entusiasmo que supo imprimir a lo largo y ancho del mundo qeqchí. La emisora de la diócesis ha sido factor importante en la universalización de la música religiosa en la lengua propia de la etnia qeqchí.

Con el paso del tiempo los conjuntos musicales en cada aldea se han modernizado con instrumentos de mayor calidad. Actualmente están brotando las bandas musicales, gracias al experimento de los tres Centro Don Bosco. Escuchar un ensamble de sus tres bandas es una experiencia gloriosa. Además, centenares de muchachos han formado pequeños conjuntos que se desenvuelven con maestría.

Esa dote musical innata y la pasión con que es cultivada auguran un futuro prometedor para el arte musical y su potencial humanizador.




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