Llegamos a la Semana Santa, una semana diferente a las otras. Estamos frente al misterio más profundo de nuestra fe, frente a la suprema revelación del amor de Dios, que se ha manifestado en Jesús (cf. Rm 8,38-39).
En el AT, en época de crisis, el pueblo volvía a meditar y a releer el Éxodo. En el NT volvemos al éxodo, pero no al antiguo, sino al nuevo, al éxodo de Jesús, a su “paso” de este mundo al Padre, al momento cumbre de su ‘amor hasta el extremo’ (cf. Jn 13,1). Con el NT volvemos al éxodo representado en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Para las comunidades cristianas de todos los tiempos, la narración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús es la fuente donde renovamos la fe, la esperanza y el amor.
El itinerario cuaresmal de conversión y de penitencia nos ha conducido a contemplar el vértice de la vida de Jesús: la crucifixión-resurrección, leída a la luz de las Escrituras.
Jesús se ha hecho solidario con cada ser humano, con personas concretas: ha curado enfermos, ha acogido a los marginados de todo tipo. Él mismo ha conocido la angustia del abandono y la soledad. Sin embargo, maravilla de misericordia, no ha respondido de la misma manera. ¡Al contrario! Aunque lo sabe todo, se sienta a la mesa con el traidor (cf. Mt 26,20-25); y aunque Pedro rompe con Jesús, Jesús no rompe con Pedro (cf. Mt 26,30-34).
En la institución de la Eucaristía, entre la traición de uno y la negación de otro, brilla el gesto supremo del amor. El memorial de su entrega hasta el extremo, es la anticipación sacramental de su entrega en la Cruz. Es ahora cuando el Pastor, el Bueno, se hace Cordero inmolado, el sembrador se hace grano de trigo, el Señor se hace siervo sufriente (cf. Is 50, 4-7).
Cuando los apóstoles preguntan a Jesús “¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer la Pascua?” (Mt 26,17), Él contesta: “Digan entonces al dueño de la casa: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?’ Él les enseñará en el piso superior una sala grande” (Mc 14,13-14).
La cruz es el verdadero ‘piso superior’, “la cruz es la verdadera altura, la altura del amor hasta el extremo” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, I, 403). Éste es el ‘lugar’ donde también nosotros estamos llamados a preparar y celebrar la Pascua de Jesús, en el piso superior del amor. Cuando amamos así, hasta el extremo, hasta el fin, entonces sí nos convertimos en sacramento de Cristo.
Las opciones de Dios son desconcertantes: la omnipotencia renuncia a imponerse y se vuelve ‘impotente’. ¡Es la impotencia del amor! El vencido que perdona al vencedor le muestra cómo el AMOR vence al odio. ¿Qué tipo de Dios es éste que se dice y se dona a través del amor hasta la muerte de Jesús, su Hijo?
Este es el Misterio que celebramos: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).