MargheritaFigura1 Mamá Margarita (así le decían los muchachos del oratorio), nació en Capriglio, Italia, el 1 de abril de 1788 y murió en el oratorio de Turín, el 25 de noviembre de 1856, a la edad de 68 años, después de haber pasado allí 10 años.

Fue la sexta de diez hermanos de los cuales sobrevivieron solamente 5. Entre estos se destacan Juana María (también llamada Mariana) que estuvo igualmente en el oratorio los últimos años de su vida y allí murió en 1857, y Miguel, que tuvo que ver con el regreso de Juan a su casa desde Moncucco, y con sus estudios en el seminario, ya que era proveedor de vino de esta institución. Los papás de Margarita se llamaban Melchor Marcos y Doménica Bossone.

Margarita se había casado en Capriglio con Francisco Luis Bosco, el 6 de junio de 1812, él cual venía de enviudar a Margarita Cagliero, de quien nació Antonio José y Teresa (quien murió al poco tiempo). Con Margarita Occhiena, de este matrimonio, nació José en 1813 y Juan Melchor, en 1815.

En sus memorias del Oratorio Don Bosco recuerda:

“Todo esto me lo contó muchas veces ella misma y me lo confirmaron diversos parientes y amigos. Pasada aquella terrible penuria y mejorada la situación familiar, tuvo mi madre una ventajosa propuesta de matrimonio. Ella respondió sin dudar un momento. “Dios me dio y me quitó un marido. Tres hijos me dejó él al morir, y yo sería una madre sin corazón si les abandonase cuando más me necesitan”. Le aseguraron que sus hijos se quedarían bajo el cuidado de un tutor responsable que vería solícitamente por ellos. “El tutor –respondió esa mujer generosa- podrá ser tal vez un amigo, pero yo soy la madre. Y no los voy a dejar aunque me ofrecieran todo el oro del mundo”. 

 

Es bueno recordar que eso mismo, aunque con otras palabras, respondió Don Bosco a la Marquesa Barolo cuando ella le pedía que dejara a sus muchachos para quedarse exclusivamente como capellán de sus obras. 

Don Bosco describe así la influencia que mamá Margarita tuvo en su educación:

“Su mayor preocupación fue la instrucción religiosa de sus hijos, enseñarles la obediencia y tenerlos ocupados en cosas compatibles con su edad. Mientras era pequeño, ella misma me enseñaba a rezar… Recuerdo que ella me preparó para mi primera confesión: me acompañó a la iglesia, se confesó antes que yo, me recomendó al confesor y después me ayudó a hacer la acción de gracias. 

Luego siguió acompañándome hasta cuando vio que era capaz de hacerlo bien por mí mismo”. (MO, ibid.).

 

 

Mamá Margarita tiene una importancia definitiva en la formación de la personalidad de Juan. La virtud de la madre explica las virtudes del hijo. Juan nunca la olvidó. Hablaba frecuentemente de ella y siempre se mostró reconocido por la educación cristiana que le dio y los sufrimientos que soportó. He aquí algunas de esas intervenciones que se encuentran a lo largo de su vida:

“Ella misma me enseñó a rezar…” con esa profunda fe campesina, fe en la Providencia de Dios, en Jesucristo redentor, en la Santísima Virgen nuestra Madre. Le enseñó el horror al pecado y al infierno; el amor a la virtud y el deseo del paraíso; lo preparó para su primera confesión y comunión.

Siendo analfabeta les enseñó a sus hijos la Historia Sagrada y el Catecismo con preguntas y respuestas como se acostumbraba entonces, y estaba atenta a que lo practicaran. Vivía en la presencia de Dios que ve en lo interior, aun en los pensamientos más escondidos: “¡Dios te ve!”. Dice el biógrafo Agustín Auffray: “En la base y en el vértice de su pedagogía instintiva Margarita colocó el sentido religioso de la vida. ¡DIOS TE VE!”.

Amor y temor de Dios. En las noches estrelladas: “El lo ha hecho todo… ¿cómo será de bello el paraíso?” Ante la tempestad: “¿Quién puede resistir a Dios?”.

El ascendiente que tuvo sobre sus hijos nunca disminuyó con el correr de los años. A Juan, ya sacerdote, le recordaba su deber de rezar las oraciones.

Le enseñó a obedecer de niño, pues era de temperamento rebelde y caprichoso.

Lo educó en el trabajo. No soportaba que sus hijos estuvieran ociosos y les fue enseñando a trabajar, de acuerdo a su edad y capacidad.

No los quiso comodones. Fue austera. Y no permitió que, en vacaciones del seminario, Juan durmiera en el colchón, sino que le tendía su jergón de paja, como sus hermanos. Los hacía levantarse de madrugada y estar prontos a cualquier hora a prestar un servicio de trabajo o caridad.

Los cuidaba de las malas compañías. Esto fue siempre importante para ella, y los acostumbró a pedir permiso para ir con tal o cual amistad. Cuando no le parecía, era inflexible.

Aunque era muy dulce, no era débil. Usó el castigo cuando fue necesario, sin humillar jamás, perdonando generosamente cuando era el caso.

Y algo muy significativo: siempre apoyó la vocación sacerdotal de su hijo y luchó con todos los medios a su alcance para hacerlo estudiar.

Fue su mejor compañera y su mejor apoyo en Valdocco, su consejera, la mamá de sus chicos.

Cuando Juan, siendo seminarista, dudaba entre seguir en el seminario o ingresar con los franciscanos, mamá Margarita le dijo:

“Te aconsejo mucho que examines el paso que vas a dar y que, después, sigas tu vocación sin preocuparte de nadie. Pon por delante de todo la salvación de tu alma. El párroco me pedía que te disuadiera de esta decisión teniendo en cuenta la necesidad que yo pudiera tener de ti en el porvenir. Pero yo te digo: en asunto así no entro, porque Dios está por encima de todo. No tienes por qué preocuparte de mí. Nada quiero de ti. Nada espero de ti. Tenlo siempre presente: nací pobre, he vivido pobre y quiero morir pobre. Más aún, te lo aseguro, si por desgracia, llegaras a ser rico, ni una vez pondría los pies en tu casa. No lo olvides” (MB. Vol. I, p. 296).

 

Cuando muere su madre, Don Bosco sufrió enormemente. Margarita, en el momento de su muerte, no tenía nada en el bolsillo. Una de las últimas expresiones de Don Bosco al morir, sería: “la Mamma”. ¿Margarita?, ¿la Virgen? Tal vez ambas.

Giacomo D’Aquino, en su libro “La Psicología de Don Bosco”, dice: La profunda relación entre madre e hijo tuvo un papel determinante en la vida de Don Bosco. Durante toda su vida lo acompañará no solo las palabras y el ejemplo de la madre, sino sobre todo la “confianza primaria” construida desde la infancia, para siempre, en la relación con ella”.

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