Ser salesiano en la actualidad es una verdadera responsabilidad y, por supuesto, también una gran distinción. Principalmente si se vive en El Salvador, un país inmerso en una situación amenazante para los jóvenes.
En 2014, el año que recién acabamos de dejar atrás, la tasa de homicidios en El Salvador fue de 61.8 personas por cada 100,000 habitantes. Para contrastar están los datos de Chile o Antigua y Barbuda, países cuya tasa de muertos por cada 100,000 habitantes es de 4.6 y 4.4, respectivamente. ¿Notan la diferencia? Entre 4 y 60 hay bastantes números y como en este caso hablamos de seres humanos, la realidad es, cuando menos, preocupante.
Y la cosa empeora al desgranar esas cifras nuestras -que representan a personas- porque la imagen que se perfila de las víctimas son niños y jóvenes. Es por eso que creo que los salesianos son más que necesarios en estos días.
Unicef, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, dijo en un comunicado a finales de 2014, que El Salvador tenía la tasa de homicidios de niños y adolescentes más alta del mundo. Un dato doloroso y alarmante. Los homicidios contra niños y adolescentes entre 0 y 19 años son 27 por cada 100,000 habitantes en El Salvador. Desconsolador. Aparte de ese dato, si tuviéramos que representar a la principal víctima de homicidios en El Salvador, nos saldría la fotografía de un hombre joven, entre 16 y 25 años de edad, que vive en las zonas urbanas de nuestro país, principalmente en la zona central.
La Organización Mundial de la Salud asevera que un país sufre una epidemia de homicidios cuando estos exceden 10 al año por cada 100,000 habitantes. La nuestra está muy por encima de ese dato. La violencia en Latinoamérica es una epidemia.
Lo de la responsabilidad de ser salesiano en estos tiempos queda claro: el carisma es el amor a la juventud, la alegría. San Juan Bosco soñó con animales feroces para convertirlos en corderos. En El Salvador se vive entre esos animales feroces. Don Bosco recogió a los jóvenes que nadie quería y se adelantó a los psicólogos del siglo XX al decir que la clave está en los primeros años de vida, en educar con amor, razonando, acompañando. ¿Cuánto de eso hacemos? No solo por los jóvenes que tenemos a la par o en nuestra casa, porque quizá son los más fáciles de rescatar. Cuánto se hace por los jóvenes excluidos, a los que no les damos otra opción de vida más que la miseria, los que no pueden ir a clases porque pandilleros los amenazan en las escuelas o en sus casas, los que soportan abusos físicos, emocionales y sexuales al ser traficados como mercancía.
Ser salesianos ahora es también una distinción, un privilegio, una gracia otorgada para honrar un estilo de vida urgente para nuestras sociedades. Ya se trabaja en eso en tantos colegios y oratorios pero hay que seguir haciéndolo, cada vez con más valentía y entrega, sin olvidar que la misión es hacer posible lo que parece imposible. Feliz bicentenario de Don Bosco.