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El niño es el ser más débil y más necesitado. Por ello Jesús manifiesta su predilección por los niños: “El que reciba a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba, no me recibe a mí sino al que me ha enviado” (Mc 9,37). También Jesús hacía ‘el análisis de la coyuntura’ en su tiempo. Lo hacía con mirada de pastor: “Al ver a tanta gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados como ovejas sin pastor” (Mt 9,36).

La unión y distinción entre los sexos no solo enriquecen la humanidad, sino que son esenciales para entender el amor verdadero y la familia.La realidad de la naturaleza humana no la realiza en plenitud ni la mujer ni el varón por separado, sino la unión de esos dos tipos de configuración de lo humano. Ambos son complementarios. Y no solo eso, sino que lo humano en sí no es propiamente humano sin lo femenino o sin lo masculino.

la sexualidad, lejos de ser meramente física, es una dimensión profundamente espiritual que define nuestra humanidad.La sexualidad es una dimensión constitutiva de la persona humana.
La sexualidad impregna la humanidad del hombre y de la mujer en su totalidad. A la vez que sensitiva es racional. Por eso es inadecuado considerar a la sexualidad humana como algo separado de lo espiritual. No se puede ver en la conducta sexual humana tan sólo el resultado de unos estímulos fisiológicos y biológicos.

Cristo casto dice sí al amor no a una mujer específica, a persona sola, sino al inmenso horizonte de la entera humanidad, presente, pasada y futura.El mismo Jesús que reafirmó la doctrina sobre el matrimonio que encontramos en la creación de Adán y Eva (Génisis 1 y 2), y que elevó la institución matrimonial al rango de sacramento de la Nueva Alianza, ese mismo Jesús, él mismo, no se casó. ¿Por qué?

Dios llama para confiar una misión concreta. La misión siempre supera las capacidades humanas del elegido.Examinando las vocaciones bíblicas de Abraham (Gn 12,1-4), Moisés (Ex 3,1-12) y Samuel (1Sm 3,1-21), y muchas otras, podemos concluir lo siguiente: Ante una situación de peligro, esclavitud, pecado, o gran necesidad, Dios que ama a los seres humanos, interviene para salvar y liberar. Se trata de una iniciativa divina.

Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del ser humano. La fe cristiana se mantiene en pie o desaparece, dependiendo de si realmente Cristo ha resucitado de entre los muertos. De manera que, como dice S. Pablo: "Si Cristo no ha resucitado nuestra fe es vana" (1Co 15,14).