“Al terminar las oraciones nocturnas, anunció que Agostino debería dejar el Oratorio al día siguiente”. Debido a su rigor para mantener la disciplina, el ecónomo de Valdocco, Don Ángel Savio, no era bien visto por algunos alumnos. En una ocasión, mientras supervisaba el comedor grande, donde se reunían más de trescientos muchachos, un pedazo de pan cayó sobre su espalda. Aunque el proyectil pudo haber sido destinado a otro, Don Ángel Savio no reaccionó y se limitó a continuar con su tarea sin comentar nada.

Al día siguiente, un nuevo incidente similar ocurrió, lo que parecía indicar una intención de ofenderlo. Don Ángel Savio informó a Don Bosco, quien, esa noche, dirigió un sermón grave a los muchachos, advirtiendo que quien faltara al respeto de esta forma sería expulsado del Oratorio.

Al día siguiente, mientras los alumnos formaban para el comedor, un troncho de col cayó sobre el bonete de Don Ángel. Al volverse rápidamente, vio que el joven R. Agostino era quien lo había lanzado. Sin dudar, lo mandó a un cuarto cercano mientras guiaba al resto de los chicos al comedor.

Agostino, avergonzado y llorando, insistió que su intención era lanzarlo a otro compañero, no a Don Ángel. Era un joven travieso pero aplicado en sus estudios, por lo que algunos profesores, al considerar su buena conducta, intervinieron en su favor y lo sacaron de la pequeña estancia sin pensar en el agravio hacia el ecónomo. Lo llevaron al comedor, prometiendo apoyarlo.

Durante la cena, varios profesores empezaron a criticar la decisión de Don Ángel, acusándolo de castigar a un inocente sin escuchar su versión. La tensión aumentó y las críticas se hicieron más fuertes. Don Bosco, tras escuchar las quejas, decidió que, al día siguiente, Agostino sería expulsado del Oratorio, decisión que dejó a todos sorprendidos.

Después de la cena, algunos profesores que habían defendido a Agostino se quedaron a murmurar sobre la severidad de Don Bosco. Uno de ellos, el jefe de taller, con violencia, exclamó: "¡Que alguien vaya a Don Bosco y le diga que si no perdona al muchacho, nosotros abandonamos el Oratorio!" El director de estudios intentó calmar los ánimos y fue a hablar con Don Bosco.

Al llegar a la oficina de Don Bosco, el director le explicó el descontento de los hermanos y solicitó el perdón de Agostino. Don Bosco respondió con firmeza: "La falta está clara; la intención solo la juzga Dios. Sin embargo, lanzar el troncho de col violó el reglamento, ya que se había ordenado silencio y, dadas las circunstancias, pudo haber causado un gran desorden. Aunque el acto fue grave, yo podría haber perdonado al muchacho, pero ustedes, al defenderlo, me han puesto en una posición en la que no puedo retroceder. Los jóvenes y clérigos saben que ustedes se han opuesto a Don Ángel, y no permitiré que la autoridad sea cuestionada."

Hacia las once y cuarto volvía el director de estudios a sus compañeros, que le esperaban con ansiedad y les dijo: «Don Bosco está firme en su decisión». Todos se retiraron a su habitación, pensando qué partido debían tomar. Por fortuna tomaron el mejor.

Al amanecer partía Agostino. Solamente quedó en el Oratorio uno que no podía tranquilizarse con la sentencia de Don Bosco. Durante dos o tres días, entre resentido e irónico, aludía a don Ángel Savio, al muchacho expulsado, a la injusticia cometida. Don Bosco sufría como nunca se le vio, pero callaba.

Después de alguna semana, aconsejado quizá por alguien, Agostino escribió una carta a Don Bosco, desde su casa, pidiéndole perdón por la falta cometida distraída e involuntariamente. Consultado don Ángel Savio, intercedió por él; y volvió al Oratorio donde terminó sus estudios.

 

 

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