Nací en Murialdo, poblado de Castelnuevo de Asti, el día consagrado a la Asunción de María al Cielo del año 1815. Mi madre se llamaba Margarita Occhiena, era natural de Capriglio. El nombre de mi padre fue Francisco. Eran campesinos que se ganaban sobria y honradamente el pan de cada día. Mi buen padre casi únicamente con sus sudores nos sostenía a la abuelita, septuagenaria y ya afligida por varios achaques, y a tres niños, el mayor de los cuales era Antonio, hijo del primer matrimonio; José era el segundo, y Juan, el más pequeño, que era yo. Además, sostenía a dos jornaleros que ayudaban en el trabajo del campo.
No tenía yo aún dos años cuando Dios nuestro Señor permitió en su misericordia que nos sobreviniese una grave desgracia. Un día el amado padre, que era de complexión robusta, en la flor de la edad, y deseoso de educar cristianamente a sus hijos, de vuelta del trabajo enteramente sudado, entró descuidadamente en la bodega subterránea y fría de la casa. El enfriamiento sufrido se manifestó hacia el anochecer en una fiebre violenta y vino a degenerar en una pulmonía muy fuerte. Todos los cuidados fueron inútiles, y a los pocos días se vio a las puertas de la muerte. Confortado con todos los auxilios de la religión, después de recomendar a mi madre confianza en Dios, expiraba a la edad de treinta y cuatro años, el 12 de mayo de 1817.
No sé qué fue de mí en aquella penosa circunstancia. Sólo recuerdo, y es el primer hecho del que guardo memoria, que todos salían de la habitación del difunto mientras yo quería permanecer a toda costa en ella.
- Ven, Juan; ven conmigo, -repetía adolorida mi madre.
- Si no viene papá, no voy yo, -le respondí.
- ¡Pobre hijo mío!, -añadió- ven, ¡ya no tienes padre!
Dicho esto, se puso a llorar, me tomó de la mano y me llevó a otra parte, mientras lloraba yo viéndola llorar a ella. Ciertamente, en aquella edad no alcanzaba a entender qué desgracia tan grande era la pérdida de mi padre.
Este hecho sumió a la familia en la consternación. Había que mantener a cinco personas; las cosechas del año, que eran nuestro único recurso, se perdieron por causa de una terrible sequía; los comestibles alcanzaron precios imaginados. El trigo se pagó hasta 25 francos la hémina (ración); el maíz, a 16 francos. Varios contemporáneos que fueron testigos de los hechos me cuentan cómo los mendigos pedían angustiosamente las cáscaras del grano para suplir la sopa de garbanzos o de frijoles con que habitualmente se alimentaban; y que se encontraron en los potreros personas muertas con la boca llena de hierbas con las cuales habían intentado aplacar el hambre rabiosa.
Muchas veces me contó mi madre que alimentó a la familia mientras tuvo cómo hacerlo; después entregó dinero a un vecino llamado Bernardo Cavallo, para que fuera en busca de comida. Recorrió varios mercados sin poder adquirir nada, fuera al precio que fuera. Volvió dos días después cuando ya anochecía. Todos lo esperaban. Pero, cuando dijo que no traía sino el dinero que había llevado, el pánico se apoderó de la familia pues ese día habían comido muy poco y se podían, por tanto, prever funestas consecuencias para esa noche.
Mi madre, sin desalentarse, buscó entonces ayuda entre los vecinos, pero fue inútil. Nadie tenía con qué socorrernos. Entonces nos recordó: mi esposo, antes de morir, me pidió que tuviera confianza en Dios; vengan, vamos a ponernos de rodillas y a rezar. Luego, después de una breve oración, nos dijo: en casos extremos hay que buscar también soluciones extremas. Entonces, acompañada por el señor Cavallo, se fue al establo, mató un ternero, y haciendo cocinar a toda prisa una parte, trató de aplacar el hambre de la extenuada familia.
Puede imaginarse lo que sufrió y lo que tuvo que trabajar mi madre durante ese año tan lleno de calamidades. Pero con un trabajo infatigable, ahorrando en todo, aprovechando todo recurso posible, y con algunas ayudas verdaderamente providenciales, se pudo superar aquella situación tan crítica. Todo esto me lo contó muchas veces ella misma y me lo confirmaron diversos parientes y amigos.
“Muchas veces me contó mi madre que alimentó a la familia mientras tuvo cómo hacerlo”.