
- Por José Miguel Núñez /
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Corría el año 1852 cuando en Turín, una tarde de primavera, una explosión atronadora rompía en dos la ciudad y sumía en el caos y la destrucción el barrio Dora, muy cerca de Valdocco. Estalló causando enormes destrozos el polvorín militar. Hubo 28 víctimas y numerosas pérdidas materiales.
Don Bosco se encontraba en los primeros años de su obra y estaba construyendo la iglesia de San Francisco de Sales en el Oratorio porque la capillita Pinardi se había quedado pequeña para albergar a los jóvenes de la casa. Aunque hubo algunos destrozos, techos caídos y ventanas rotas, no se tuvo que lamentar grandes pérdidas. El armazón de la nueva iglesia, todavía por concluir, no sufrió daños importantes.
- Por José Miguel Núñez,100 palabras al oído /
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Aquel día Mamá Margarita decidió ponerse manos a la obra. Los primeros jóvenes que fueron hospedados en casa de Don Bosco daban qué hacer. Se arremangó y comenzó pacientemente a cultivar la tierra. El prado que circundaba las viviendas de la casa anexa a la capilla Pinardi se fue convirtiendo, poco a poco, en un pequeño y fecundo huerto. Campesina experimentada, la madre de Don Bosco sabía que era necesaria la paciencia para trabajar la tierra y hacer crecer el fruto. Pimientos, cebollas, tomates, habichuelas… se convirtieron en el menú más apreciado de aquellos muchachos hambrientos. Nos dice Félix Reviglio recordando aquellos primeros años:
“En la comida y en la cena teníamos sopa y pan; y podíamos recoger en el huerto la verdura que nos servia de acompañamiento”.
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Fundada la Congregación Salesiana en 1859 y tras una rápida y asombrosa expansión, la tarea de Don Bosco se centró en la consolidación de la obra naciente y en su proyección hacia el futuro. Se trataba, sobre todo, de asegurar la identidad carismática del proyecto que Dios le había confiado.
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A principios del año 1872, Don Bosco se recuperaba en la ciudad de Varazze de la penosa enfermedad que lo había tenido postrado durante más de tres meses alejado de su querido oratorio de San Francisco de Sales. A pesar de haber estado a las puertas de la muerte, su pensamiento estaba siempre en Turín; su corazón, en medio de sus muchachos. En febrero escribía a Don Rua expresándole su deseo de estar pronto en casa:
“El jueves próximo, si Dios quiere, estaré en Turín. Siento una gran necesidad de llegar. Yo vivo aquí con el cuerpo, pero mi corazón, mis pensamientos y hasta mis palabras están siempre en el Oratorio, en medio de ustedes”.
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Cuántas veces le preguntaría Don Bosco a sus muchachos: “¿Te quieres quedar con Don Bosco?. La mirada asombrada e ilusionada de muchos de ellos expresaba de forma elocuente el deseo de un “Sí” largamente acariciado y esperado. Y para todos la promesa: “Te prometo pan, trabajo y paraíso”. Sonó tan creíble la propuesta, que muchos no dudaron y el corazón joven y apasionado de Juan Cagliero exclamó : Fraile o no fraile… ¡me quedo con Don Bosco!”
Así fue siempre. Don Boco les ofrecía el pan de cada día que no habría de faltar nunca en la mesa del pobre. Y aunque no hubiera más que un pedazo, lo partiría a medias con ellos. Sus muchachos sabían que era cierto.
Pero les aseguraba también el pan de la Eucaristía, el pan tierno del encuentro con Jesucristo, el Señor de la vida; y con Él, les ofrecía el trigo limpio de la educación, la blanca harina del cariño y la amistad, la levadura de un futuro nuevo que sería amasado -les decía-con esfuerzo y compromiso.
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Sabemos bien que en el epistolario de Don Bosco encontramos numerosas cartas dirigidas a jóvenes con los que mantuvo contactos puntuales o relaciones más dilatadas en el tiempo. En ellas Don Bosco se muestra como un buen acompañante espiritual. Toca el corazón de las personas, abre caminos en el proyecto vital de los jóvenes y orienta espiritualmente. Leemos en una de esas cartas dirigida al joven Severino Rostagno en septiembre de 1860:
“Ánimo, pues, hijo mío; sé firme en la fe, crece cada día en el santo temor de Dios; guárdate de los malos compañeros como de las serpientes venenosas; frecuenta los sacramentos de la confesión y la comunión; sé devoto de María Santísima y ciertamente serás feliz”.
Severino tenía 15 años y era huérfano de padre. Ese mismo año de 1860, en noviembre, entró en el Oratorio de Valdocco como estudiante, si bien estuvo en la casa solo un año.
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A diferencia de otra familias religiosas, en nuestros orígenes no hay grandes personajes intelectuales o de renombre científico o teológico. Don Bosco funda nuestra Congregación con un grupo de sus muchachos de la primera hora. Eran chicos de la calle. Crecieron con él y junto a él descubrieron horizontes nuevos por los que valía la pena apostar la vida entera.
Aquellos jóvenes decidieron quedarse con Don Bosco porque el pan prometido nunca se agotaba y era repartido a manos llenas a los pobres; el trabajo anunciado era la alegría de la entrega cotidiana y sin reservas; el paraíso, una esperanza cierta que hundía sus raíces en la misericordia y la ternura de Dios.
- Por José Miguel Núñez /
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Al mismo tiempo que el Oratorio de Valdocco se desarrollaba con la ampliación de nuevos talleres y la construcción de nuevos edificios, Don Bosco se empleaba a fondo para cuidar el ambiente positivo y pastoral de la casa.
A finales de los años cincuenta, comenzó a dar vida a diferentes asociaciones juveniles que fueron pensadas como auténticos movimientos educativo-pastorales destinados a hacer madurar la fe de sus muchachos y a proyectar un ambiente de piedad y de apostolado en todos los niños y jóvenes de la casa.
Don Bosco logró progresivamente un importante núcleo de fervor entre sus muchachos que se expresaba, además, en un compromiso de coherencia personal en sus estudios y obligaciones, así como en el servicio solidario a los propios compañeros, especialmente a los que más lo necesitaban.
- Por José Miguel Núñez /
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Al mismo tiempo que el Oratorio de Valdocco se desarrollaba con la ampliación de nuevos talleres y la construcción de nuevos edificios, Don Bosco se empleaba a fondo para cuidar el ambiente positivo y pastoral de la casa.
A finales de los años cincuenta, comenzó a dar vida a diferentes asociaciones juveniles que fueron pensadas como auténticos movimientos educativo-pastorales destinados a hacer madurar la fe de sus muchachos y a proyectar un ambiente de piedad y de apostolado en todos los niños y jóvenes de la casa.
Don Bosco logró progresivamente un importante núcleo de fervor entre sus muchachos que se expresaba, además, en un compromiso de coherencia personal en sus estudios y obligaciones, así como en el servicio solidario a los propios compañeros, especialmente a los que más lo necesitaban.
- Por José Miguel Núñez /
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En 1848, cuando el Oratorio de San Francisco de Sales todavía luchaba por consolidarse, Italia vivía tiempos de revolución. El papa Pío IX, amenazado por la revuelta popular y el poder político que quería despojar al pontífice del poder temporal que ostentaba, se exilió de Roma para poder garantizar su seguridad.
Al margen de las causas políticas que provocaron tal situación, el acontecimiento del exilio papal creó en Don Bosco y sus muchachos un hondo pesar. Como para muchos católicos de su tiempo, la preocupación por la situación de amenaza que vivía la iglesia provocó una corriente de solidaridad y simpatía hacia el pontífice que se concretó en numerosos signos de apoyo incondicional al “vicario de Cristo”.
Corría el año de 1849 cuando en el Oratorio de Valdocco Don Bosco propuso a sus muchachos una colecta para recaudar fondos y ayudar al Santo Padre. El mecanismo se pone en marcha con la necesaria motivación pedagógica y aquellos muchachos, entre el abandono y la necesidad de supervivencia, logran recaudar de sus bolsillos maltrechos 35 liras.
- Por José Miguel Nuñez /
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En un ambiente positivo, de extraordinaria familiaridad y confianza, Don Bosco propone a sus chicos una experiencia de hondura creyente y de radicalidad evangélica. En el oratorio, la educación se convierte en un auténtico lugar teológico para la evangelización. Algunos no supieron compartirlo, otros vivieron rutinariamente una religiosidad capilar, pero muchos de sus jóvenes encontraron en él a un maestro de espíritu que les acompañó en el descubrimiento de Dios, en quien centraron la propia vida porque fue ese el tesoro más preciado que encontraron nunca.
Junto a Don Bosco experimentaron la bondad y la misericordia de Dios, descubrieron el gozo del perdón y la grandeza del proyecto de vida de las bienaventuranzas del Reino. Jesucristo fue su amigo; su palabra, camino de vida; la Eucaristía, fuerza para vivir una entrega cotidiana sencilla y generosa.
- Por José Miguel Nuñez /
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El 30 de octubre de 1835, el joven Juan Bosco entraba en el Seminario para iniciar su preparación al sacerdocio. La tarde anterior, Mamá Margarita llamó a su hijo y le dijo:
“Querido Juan, cuando viniste al mundo te consagré a la Santísima Virgen; al iniciar los estudios te recomendé la devoción a nuestra madre; ahora te aconsejo ser todo suyo: ama a los compañeros devotos de María y, si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre la devoción a María”.
El mismo Don Bosco recuerda con cariño las palabras de su madre en las Memorias del Oratorio. Juan, con lágrimas en los ojos, le respondió:
“Madre, le agradezco cuanto ha dicho y hecho por mí; sus palabras no han sido dichas en vano y las conservaré como un tesoro durante toda la vida”.