educardb2 Todos los padres y madres saben que  deben ofrecer a sus hijos e hijas  principios claros, precisos,  que sirvan para triunfar en la vida.  Son puntos de referencia, seguridades, una brújula. Aunque hoy se hace difícil la transmisión de los valores de una generación a otra, un hijo  que oye a sus padres insistir sobre  estos puntos les estará agradecido  porque comprenderá el esfuerzo espiritual y ético que han realizado para orientarlo en el mundo.

Es un  regalo de un poco de inmortalidad  que quedará impreso e infundirá  energía. De ese modo, cuando desaparezca un padre, estará siempre  presente. He aquí algún ejemplo.

La confianza en sí mismo, el sentido de identidad. Nuestro hijo o hija ha de tomar en sus manos el timón  de su vida y escoger la ruta. Esta  vida es su única posibilidad aquí  abajo: no debe copiarla de otros, ni  llorar por lo que no tiene. Necesita una meta y saber que puede llegar a ella y que encontrará en sí  mismo la fuerza para hacerlo.

La confianza en los otros. El punto de partida es saber valorar lo  bueno, lo bello, lo interesante que con frecuencia es patrimonio de  quien vive cerca, aprender a descubrir el tesoro escondido en los otros, aprender a tender la mano  en un gesto de amistad. Los otros  pueden aconsejar y apoyar. Vivir es siempre convivir.

La fuerza de ánimo, el valor, la capacidad de levantarse siempre.  Cualquiera que sea el problema,  el hijo debe saber que puede  salir adelante. Vivir es siempre correr algún riesgo. No debe tener  miedo ni de lo desconocido ni a  equivocarse; sólo así descubre cosas nuevas. No asustarse por los  errores: contienen siempre una lección para el futuro. Se progresa solo a través de los errores y de lo  que nos enseñan. No refugiarse en  la seguridad y en las costumbres.  No fiarse de las modas: limitan el  modo de vestir, de comer, de vivir.

El buen uso de la autonomía. Es importante que un hijo sepa que  puede controlarse a sí mismo y que,  por tanto, es responsable de sus decisiones, de sus emociones y de su realidad interior. No debe echar con  ligereza la culpa a los  demás o a la suerte.
La aceptación de las reglas, el  principio de realidad. Nuestros  hijos e hijas deberán trabajar, tendrán  responsabilidades profesionales,  plazos a los que atenerse. Para ocupar el puesto que les corresponda en la existencia han de  aceptar que existen leyes que respetar. Cada uno, en el puesto que  ocupa, tiene deberes que cumplir.  Actuar no es sufrir la influencia  de los otros, ni reaccionar; es ser  dueños de sí. Otra cosa muy importante: el bien y el mal existen  y tendrá solo la “conciencia” para distinguir el uno del otro.

El reconocimiento del otro, el respeto a las diferencias. El fin de  la vida es ser felices, no llegar los primeros. Debe aprender a ser honrado, educado, respetuoso, tolerante. No debe enfrentarse con los demás: cada uno es diferente y cada uno tiene un valor propio. En vez de andar con comparaciones, mire con orgullo lo que ha hecho. Aprenda a no sentirse en una competición, a no criticar y a no juzgar basándose en las apariencias.

La participación en el bien común, la solidaridad. Debemos  orientar a nuestros hijos e hijas  a que realicen gestos solidarios. Hay niños dispuestos a manifestar su afecto, a establecer contactos de amistad, mientras que otros caminan apartados y alejados. La culpa no es de ellos. La base de la solidaridad familiar es una sensibilidad recíproca que se concreta también en pequeñas colaboraciones: ayudar a la mamá, no causar desorden, evitarle que se cargue con mucho trabajo. La actitud solidaria se adquiere día a día. Los hijos deben sentirse como un músico en una gran orquesta. Hay partituras maravillosas para cada instrumento. Cada día debe actuar en la orquesta. Los otros son colegas de la calle, no  adversarios.

El trabajo, la creatividad y la audacia de la mente. Enseñar a nuestros hijos a conquistar, a explorar, a implicarse. Hay quien está dispuesto a todo con tal de trepar: a hacer trampas, a drogarse, a avanzar dando codazos, a vocear, a dar informaciones falsas. Para poder subir hay que cansarse escalón por escalón: un pequeño esfuerzo tras otro.

La amistad, el amor verdadero. Tarea de los padres, madres  y de la familia en general es ayudar a  los hijos e hijas a descubrir lo sagrado de la relación.  Haciendo hablar, no solo a los sentimientos,  sino también a la razón. Deben aprender a  amar. Aunque vean a su alrededor divorcios  y separaciones, deben creer que es posible  amarse para siempre. Pero amar es siempre una cosa seria, nunca un juego. El corazón necesita entrenamiento.

Dios. La serenidad interior es el gran secreto de la vida. Dios y su palabra, Jesús, la comunidad de los cristianos son el único verdadero “camino hacia lo alto” aquí abajo. Fuente de una esperanza radical y de una fuerza que ningún otro puede dar.

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