"Esta experiencia nos hizo comprender la urgencia del mandato misionero". Todo comenzó una mañana de noviembre de 2024. El aire estaba cargado de expectativas cuando los prenovicios, junto a otros salesianos formandos, nos embarcamos en una misión salesiana hacia San Pedro Carchá, en Alta Verapaz, Guatemala. No sabíamos que esas semanas de apostolado abrirían nuestros ojos a una dimensión desconocida: las misiones indígenas.

Cada año, al finalizar el ciclo formativo, los formandos salesianos somos enviados a diferentes casas de la Inspectoría. Este año, nuestro destino era Carchá. No estábamos solos; nos acompañaban hermanos posnovicios que ya habían vivido experiencias similares. Íbamos con el corazón abierto y la mochila cargada de ilusión, sin imaginar que el verdadero aprendizaje nos esperaba al otro lado del viaje.

Nuestra llegada a la Comunidad Salesiana de Carchá fue cálida. Nos hospedaron con amabilidad en un lugar que sirve de faro espiritual para la parroquia y que extiende su luz a numerosas aldeas enclavadas en montañas, hogar de la comunidad q’eqchi’. Para llegar allí, hay que recorrer caminos de tierra, cruzar ríos cristalinos y adentrarse en montañas verdes que rozan el cielo. No hay señal de celular ni agua potable en algunos lugares, pero la ausencia de lo cotidiano es reemplazada por el susurro de la naturaleza que, en cada rincón, te habla de Dios.

El primer contacto con las comunidades fue un despertar del alma. Los misioneros no llegan con frecuencia, así que cuando lo hacen, es motivo de fiesta. Nos recibieron con abrazos cálidos, sonrisas sinceras y el estruendo alegre de cohetes que anunciaban nuestra llegada a los más lejanos. Las ermitas, humildes pero sagradas, decoradas con hojas de pino que perfumaban el aire, eran testigos de esta celebración de fe.

En cada aldea, el día comenzaba con juegos y catequesis para los niños. Las risas eran universales, pero para los mensajes más profundos contábamos con traductores que ayudaban a romper las barreras del idioma. Los niños entendían algunas palabras en español, pero era la alegría en nuestros gestos lo que realmente comunicaba.

El corazón de la misión era la Eucaristía. En estas comunidades, la misa no es un evento semanal, sino un regalo que llega solo cuando hay visitas misioneras. Esto nos hizo reflexionar sobre la facilidad que tenemos en la ciudad para asistir a misa y cómo, a veces, no valoramos ese privilegio. Aquí, la misa se celebra en q’eqchi’, con cantos y oraciones que, aunque diferentes en sonido, eran idénticos en fe. Los misioneros aprenden esta lengua para llevar el mensaje de Dios directamente al corazón de las personas, y nosotros hicimos lo posible por aprender lo básico.

Después de la misa, el silencio de la oración llenaba la ermita. Los fieles se arrodillaban, levantaban sus brazos y oraban en voz alta, con una fe tan palpable que conmovía hasta lo más profundo. Era un testimonio de devoción pura, un recordatorio del poder de la presencia de Jesús.

Luego venía el acto de mayor generosidad: la comida. Nos invitaban a sus hogares, sencillos pero llenos de hospitalidad, donde nos esperaban con mesas limpias y platos tradicionales como el Kak’ik, una deliciosa sopa de pavo rojo acompañada de tortillas de maíz. Nos ofrecían más comida para el camino, un gesto de amor sincero que costaba rechazar.

Cada despedida era un agradecimiento, y cada nuevo destino, una nueva lección. El clima a veces desafiaba nuestro recorrido con lluvias e inundaciones, pero cada obstáculo era una oportunidad para redescubrir el propósito de nuestra misión.

Esta experiencia nos hizo comprender la urgencia del mandato misionero. Aún hay corazones sedientos del Evangelio, almas que anhelan conocer a Jesús. También entendimos la prisa misionera de Don Bosco, quien soñó con salesianos llevando la fe a los rincones más remotos del mundo. Hoy, su sueño sigue vivo en cada paso que damos.

Oremos siempre por las misiones y los misioneros. Escuchemos la voz de Dios que nos llama a compartir nuestra fe, para que el nombre de Cristo siga resonando hasta los confines de la Tierra. 


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