Mi Gabo Para mí, el mes de octubre no solo es el mes de la niñez, sino que también es el cumpleaños de mi hijo y, por consiguiente, mi aniversario como mamá. Apenas voy comenzando porque mi Gabo cumple su tercer año, así que, con el permiso de quienes lean esto, voy a hablar de mi hijo.

Puedo verme a mí misma, como desde una vista amplia, en el centro de la habitación cuando vi mi examen de embarazo positivo. Sentada en una de las esquinas de mi cama. Después me veo sentada,  en un centro comercial, y platicando por teléfono con mi amiga Jessica y escucho su voz entrecortada, hablándome de tanta felicidad por este momento. Después estoy sentada en otra silla, la de un hospital y hay un hombre muy amable con gabacha blanca preparando la jeringa para confirmar el resultado con una prueba sanguínea. Mi amiga Karen y su familia me esperan afuera. Casi puedo sentir otra vez la ternura del abrazo de Luis al saber que tendríamos un hijo.

Varios meses después, estoy acostada boca abajo en mi cama, descansando y siento de repente un empujoncito, como el de un pajarito atrapado entre las manos que se agita brevemente. Me quedo inmóvil para volver a sentirlo, pero se queda quieto, fue un segundo fugaz. De allí en adelante estoy más perceptiva y aprendo a identificar cuando revolotea de manera tan clara dentro de mí.

En mayo, con casi cuatro meses de embarazo, me veo saliendo de una de las clínicas del Seguro Social envuelta en llanto porque la cita para la primera ultrasonografía para escuchar el latido del corazón de mi bebé me la van a hacer hasta en un par de meses y yo siento que es demasiado tarde. Luis me tranquiliza por teléfono, pero me siento inconsolable (cosas de las hormonas quizá), así que esa misma semana ya estamos en un hospital privado aprovechando un descuento por el mes de las madres y ya tengo mi pancita cubierta con una gel y escuchamos un sonido tan fuerte, como un tren a toda velocidad. Es el corazón de mi Gabo. Está allí, sin causar sobresaltos ni malestares de ningún tipo a su mamá.

Ya en los últimos meses de embarazo, la abuelita Memi nos regaló una ultrasonografía de tercera o cuarta dimensión, pero mi Gabo estaba tan tranquilito acostado sobre la placenta de su mamá que apenas y lo pudimos ver, intentamos otra vez y por más chocolate o jugo de naranja que tomé para estimularlo él ya estaba cómodo así. Hasta el día en que nació.

Al nacer lloraba con sus manos y piernas extendidas. Lloraba fuerte, a gritos. Le hablé para darle la bienvenida y decirle que lo estábamos esperando con muchas ansias y paró de llorar para buscar la voz de su mamá, me buscaba moviendo su cabecita, intentando hallarme. La enfermera tenía que llevárselo a su chequeo de recién nacido y cuando me lo trajo de regreso venía envueltito en una manta y me lo puso encima. Recuerdo que lo sentí pesadito, a pesar de que era delgado. Dormimos juntos (ya era pasada la medianoche) y desde ese día hasta hoy no me canso de mirarlo detenidamente a cada momento. Recuerdo que movía su boquita, sus ojos los mantenía cerrados y ya se le dibujaba claramente un camanance en la mejilla derecha, herencia de su papi.

Fue una delicia cuando vi entrar a Luis, no me aguantaba por enseñarle a nuestro chiquitín, al fin lo conocíamos. De allí en adelante todo tiene aún más sentido. Es cierto que llevaba una vida muy tranquila en muchos aspectos antes de ser mamá y que mi vida actual me demanda muchos esfuerzos, pero ya no puedo imaginarla sin Gabo. Todo es más relevante y yo soy mejor persona. Es un desafío cada día y, aunque me estremece, tengo el deber de ayudarle a ser un hombre rodeado de personas queridas, atento a las necesidades de los demás y con capacidad de aprender y ser mejor después de cada error. Ansío tener suficiente vida, sensatez y amor para acompañarlo a diario. Feliz cumpleaños para mi Gabo, con el que yo también crezco cada día de nuestras vidas. Te amo "mamiol" J.

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