Una de las cosas más difíciles de construir un hogar integrado -en el que uno de los miembros de nuestra familia vive la mayor parte de su tiempo en otra casa- es lograr la coexistencia de dos sistemas de disciplina y valores que tienen muchas diferencias entre sí. Y muchas veces hasta son opuestos.

Obtener esa compatibilidad armoniosa, sin que se convierta en una desbordada lucha de espacios, requiere de paciencia y comprensión hacia el miembro de la familia que vive en un hogar diferente, y amor para la familia con la que compartimos casa. Se vuelve indispensable hacer uso de ese amor que lo empuja a uno a ceder, ser comprensivo y pensar antes en los demás.

Les confieso que ya he pasado por momentos en los que he sentido que no puedo dar más de mí y me he preguntado cómo no sucumbir en el intento de lidiar, en mi propia casa, con la influencia de un sistema de valores, educación y enseñanza que en muchas ocasiones es opuesto al propio. De momento, la solución ha sido aferrarme al sentido común, tomar en cuenta los sentimientos de mi esposo y su hijo, y saber cuándo pedir ayuda.

Si la regla interna es no ver tele cuando comemos y nos sentamos juntos a la mesa en la cena, pues la hacemos cumplir la mayoría de veces que sea posible.

Si la regla interna es que los hermanos resuelvan sus diferencias hablando y no pegando, pues estamos atentos a que también sea así la mayoría del tiempo.

Si la regla interna es que preferimos las verduras y frutas a la comida rápida y otras golosinas, pues procuramos equilibrar y hacer que la norma se cumpla.

Si la regla interna es que todos en casa cuidamos y ahorramos los recursos: desde el papel higiénico, pasando por los juguetes, el agua y la energía eléctrica, pues lo recordamos todas las veces que sea necesario.

A veces también me he confrontado a mí misma y preguntado si no será mucho exigir. Y me veo de pronto como una mamá excesivamente preocupada por que todas las cosas se hagan siempre bien. Sin duda que algunas veces ha sido así, pero también en otras ocasiones es nada más y nada menos lo que se necesita. En mi caso, el apoyo de mi esposo es vital. Ha sabido recordarme que tengo que armarme cada vez más de paciencia y que se trata de un pro-ce-so que necesita de mucho tiempo. Y un tiempo que no es el mío, generalmente obedece al ritmo de los niños.

Hasta la fecha, hemos resuelto recordar las reglas cada vez que Fernando viene a casa y cada vez que sea necesario. Si hace falta hacer carteles para recordar que el chorro del lavamos no se deja goteando, que ordenamos nuestras camas y lavamos nuestro propio plato, pues tendremos que hacerlos… y tendrán que ser divertidos, con los colores y dibujos que hagan falta.

Mi esposo y yo nunca hemos considerado necesario ni prudente intervenir en las costumbres de otro hogar. Hace falta tener claro qué queremos en el nuestro y hacerlo cumplir, sin dejar de lado la paciencia, el amor y el apoyo. No me canso de repetir (y no debo cansarme): No es fácil, cuesta y mucho. Pero debo hacerlo y vivirlo un día a la vez, todo poco a poco. No hay que desistir, sobre todo cuando se trata de algo que con seguridad beneficiará a nuestros hijos.

¿Claves? Saber qué puedo dar y qué no. Firmeza y dulzura… ¡Qué complicado! Pero al mismo tiempo ¡qué tranquilidad y satisfacción cuando recibimos los abrazos y la comprensión de Fernando, como señales de que estamos haciendo lo correcto!

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