Una de las fortalezas más grandes para integrar, con armonía, a dos familias que tienen que compartir hijos es que los adultos estén decididos a hacerlo. Y, principalmente, que trabajen por que así sea. Mi experiencia apenas la estoy comenzando y la única certeza que tengo es qué tipo de familia quiero tener. Ya que siendo hija o hijo no se puede elegir a la familia, pues hay que poner empeño en hacer bien la que sí depende de nosotros. Algunos de los puntos que he comenzado a identificar como importantes son los siguientes:
Si nos toca recibir en casa a los hijos de nuestro cónyuge
Saber quererlos y aceptarlos. Ellos no serán como nosotros queremos que sean (ni los hijos propios lo son) ya que han sido educados en un hogar que no es el nuestro y las enseñanzas en virtudes y principios pueden variar. Si es así, tenemos que aprender a reconocer que los errores, malos hábitos o conductas no son porque tengan algo en nuestra contra, son porque han sido educados diferentes.
Saber exigir. Si hay que saber cómo exigir a los hijos propios, con mayor razón habrá que saber cómo hacerlo con los hijos de nuestro esposo o esposa. El hecho de tener otro tipo de enseñanzas no libera a los niños de la responsabilidad de respetar las normas de la casa a la que llega. Eso tampoco se hace para fastidiarlos a ellos, se cumple para lograr acuerdos y educar en respeto a los hijos, algo que les será de gran utilidad en sus vidas de adultos.
Saber apoyar. Si nuestro cónyuge no obtiene buenos resultados a la hora de disciplinar, una actitud de refuerzo por nuestra parte, seguro que será bien recibida. Si sabemos que somos buenos ayudando en alguna tarea específica como deportes o estudios, es buena idea hacer de ellas un momento para compartir con los hijos de la familia que no hemos procreado nosotros.
Cuidar los detalles. Estar pendientes de las comidas favoritas, celebración de cumpleaños, abrazos cuando hagan falta y palabras de cariño y felicitación son una verdadera bendición para quienes lo necesitan, especialmente si se trata de los hijos de nuestros cónyuges. No olvidemos que cualquier percepción de ofensa hacia ellos lastima profundamente a nuestras parejas.
Si nos toca compartir a nuestros hijos con la familia de su padre o madre:
Darles su lugar. Lastimosamente, son frecuentes los casos de progenitores que, buscando perjudicar a su contraparte, toman decisiones que terminan afectando a sus hijos. Ellos son hijos, no son exparejas. Cualquier queja, inconformidad, malestar o diferencia, debe resolverse con el adulto, él es la persona responsable de esas situaciones, no nuestros hijos. Los niños sufren escuchando malos comentarios sobre cualquiera de sus padres.
Cordialidad y respeto. Lo ideal sería tener lazos amigables, con las salvedades y distancias que vengan al caso. Es decir, conocer el ambiente al que va nuestro hijo y tener la certeza que será bien cuidado es un deber y derecho de los progenitores y los niños, pero eso no significa injerencia para querer cambiar, influir o afectar los pilares de la educación en la familia de nuestra expareja. Gran parte de la conducta de nuestros hijos depende del modelo que les brindamos con nuestro comportamiento. Si somos respetuosos, ellos aprenderán que esa es la manera de interactuar.
Cuidar los detalles. Aunque nuestro hijo tenga lo necesario en la casa de su padre o madre, es importante enviarlo con aquellas cosas que creemos que necesitará. Si es necesario que lleve ropa para cambiarse, dormir, cuadernos para tareas y estudios o incluso un par de monedas por si quisiera comprar algo, pues hay que mandarlas. Esto tiene relación con el primer punto: si algo le falta lo estamos afectado a él no a su otro progenitor: será nuestro hijo el que no tendrá ropa o lápiz para hacer sus tareas, será nuestro hijo quien percibirá que uno de sus padres se despreocupa por sus necesidades. Esos detalles también pueden alegrar o lastimar.
Construir en armonía familias integradas es un reto importante, sobre todo en las sociedades de hoy que, por las razones que sean, están llenas de adultos con hijos buscando nuevas oportunidades para hacer familia. Con mucho esfuerzo y más amor, este tipo de familias también son cunas para hombres y mujeres sólidos y virtuosos. No olvidemos que ellos serán los que formarán familias en el futuro.