Aferrémonos a Dios y veremos cuantas cosas difíciles resultan superables. / Fotografía Cathopic. Hay algo que nadie nos puede impedir nunca, ni siquiera en las peores circunstancias. Es la presencia de Dios en nuestras conciencias. Ahí siempre está Él accesible a nuestras oraciones. Somos personas, imágenes y semejanza de Dios; somos dignos. Somos libres aún en medio de nuestras limitaciones. Si, además, por la fe y el bautismo, el Espíritu Santo habita en nosotros, somos hijos de Dios unidos al Hijo, partícipes de la vida divina, de la vida sobrenatural, entonces todo lo demás resulta superable.


La situación actual nos obliga a revisar nuestra escala de valores personales. Nos lleva a justipreciar nuestras prioridades. Nos hace caer en la cuenta de cuántas cosas nos preocupan a diario, y de las cuales se puede prescindir tranquilamente.


Ahora caemos en la cuenta de que las cosas importantes y muchas facilidades y ventajas que tenemos normalmente, solo las apreciamos cuando, por la fuerza de las circunstancias, nos vemos privados de ellas. No antes. Ojalá a partir de ahora sepamos apreciar más, todo aquello que menospreciábamos porque nos parecía sin importancia y que ahora anhelamos tanto porque no las tenemos.


Hace algunos días, el cardenal de Tegucigalpa, Su eminencia Óscar Rodríguez Maradiaga, dijo en su homilía: "El coronavirus ha puesto de rodillas a un mundo lleno de arrogancia". Es cierto. Yo me acuerdo del pasaje bíblico de la torre de Babel, cuando la humanidad quiso desafiar a Dios construyendo una torre que llegara hasta el cielo. No pudieron. En fin, pensemos en que cuando todo sea un mal recuerdo, la normalidad nos parecerá un regalo inmerecido y hermoso.


Estamos experimentando, como nunca, en carne propia, lo que significa el dicho: 'El hombre propone y Dios dispone'. ¡Nuestros planes se ven así tan relativizados! Esto sí es relativismo: Todo es relativo menos Dios, el único Absoluto. Todo es secundario porque solo Dios es necesario. Nuestras cosas 'secundarias' si se encuentran enfocadas en función de Dios, entonces son menos secundarias. Entonces son secundarias, pero son importantes. Su importancia puede ser incluso trascendental. Si nuestras cosas secundarias no se enfocan en función de Dios, entonces sí resultan vacías. Son vanidades. Y nosotros resultamos vanidosos. ¿No descubrimos estos días a nuestro alrededor muchas vanidades?


Dado que el principal objetivo de la pastoral es la salvación de las almas, en caso de peligro de muerte, guerras, falta de confesor y epidemias, la Iglesia permite la confesión directa con Dios si se cumplen tres condiciones:
- sincero arrepentimiento,
- propósito de enmienda y
- la promesa a Dios de acudir a la confesión sacramental en cuanto haya una oportunidad. Si esta última condición, o cualquiera de las otras dos, no se cumplen, la confesión directa con Dios no es válida. Nos lo ha recordado el Papa estos días.


También se han concedido especiales indulgencias: para los fieles enfermos de Coronavirus, sujetos a cuarentena por orden de la autoridad sanitaria en los hospitales o en sus propias casas si, con espíritu desprendido de cualquier pecado, se unen espiritualmente a través de los medios de comunicación a la celebración de la Santa Misa, al rezo del Santo Rosario, a la práctica piadosa del Vía Crucis u otras formas de devoción, o si al menos rezan el Credo, el Padrenuestro y una piadosa invocación a la Santísima Virgen María, ofreciendo esta prueba con espíritu de fe en Dios y de caridad hacia los hermanos, con la voluntad de cumplir las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre), apenas les sea posible.


Aferrémonos a Dios y veremos cuantas cosas difíciles resultan superables.

 

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