Dios nos ha elegido en Cristo antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin defecto alguno, por medio del amor. Nos ha elegido de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, porque así lo quiso voluntariamente, para que alabemos su gloriosa benevolencia, con la que nos agració en el Amado. Por medio de su sangre conseguimos la redención, el perdón de los pecados, gracias a la inmensa benevolencia que ha prodigado sobre nosotros, concediéndonos todo tipo de sabiduría y conocimiento (Ef 1,4-8).
Partimos de esta cita bíblica y la vamos comentando por partes.
1.- Dios nos ha elegido. Somos elegidos de Dios y nadie ha nacido por error ni por casualidad. Hemos nacido por el amor de Dios y nuestra vida tiene un propósito. Debemos tener muy alta nuestra autoestima, porque Dios no hace basura. Ofendemos a Dios, que nos ha creado, si no nos apreciamos como obra divina que somos hechos a su imagen y semejanza, inteligentes, libres, capaces de amar y de establecer relaciones interpersonales con Dios.
2.- Desde antes de la creación del mundo. Estamos en la mente de Dios, no desde ahora o desde que nacimos, sino mucho antes. Antes de que fuéramos engendrados, porque Él nos formó en el vientre de nuestra madre, antes de que nuestra madre supiera que estaba encinta. Mamá no sabía que ibas a nacer tú. Ella esperaba un hijo o una hija. Dios escogió que fueras tú, entre un millón de otras posibilidades.
Dios te escogió desde antes de la creación del mundo. Tú estás en la mente de Dios desde toda la eternidad. Desde que hay Dios, o sea desde siempre. Eso te hace importante, grande y digno de amor. Y eso también hace importante y digno de amor a tu prójimo porque ha sido elegido por Dios igual que tú y que yo. Todos estamos en la mente de Dios desde siempre. Si no fuera así, nunca habríamos existido. El ser humano está llamado a realizarse plenamente precisamente en la unión con Cristo, ‘imagen perfecta de Dios invisible’ (Col 1,15a). El hombre perfecto.
3.- Nos ha elegido en Cristo. Es decir, en atención a Cristo. Quiere decir que, en la mente de Dios, desde siempre, estuvo también Jesucristo, o sea el hombre Jesús, en quien se iba a encarnar el Verbo. Y en honor a Él es que estaba prevista también nuestra existencia. “Él es el primogénito de toda criatura y es el primero en todo” (Col 1,15b). “Nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad, con el fin de realizarla en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Ef 1,9-10). Él es el nuevo Adán, el hombre perfecto. Es el modelo que estamos llamados a imitar todos nosotros.
4.- Nos ha elegido para ser santos. Llamados a la vida para ser santos. Ser santos, porque Dios es Santo. Ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. La santidad es nuestra vocación, o sea el fin para el cual hemos sido creados. Es el propósito de nuestra vida, es nuestra meta, el objetivo de todo lo que hagamos.
5.- Para ser santos por medio del amor. El amor es el camino para la santidad. Independientemente de cuál sea nuestra vocación específica: al matrimonio, a la vida religiosa, al sacerdocio, el amor es la vocación principal de todo ser humano (cónyuge, religioso o presbítero), en toda vocación específica el amor es el ingrediente fundamental. Hemos nacido por que el amor de Dios nos eligió (Él nos amó primero), hemos sido capacitados para amar (imágenes y semejanza de Dios), hemos recibido el mandamiento del amor (ámense los unos a los otros como yo les he amado), y seremos juzgados sobre el amor (tuve hambre y me diste de comer).
Amar es entregarse, olvidándose de sí, buscando lo que al otro pueda hacer feliz. Qué lindo es vivir para amar que grande es tener para dar, dar alegría y felicidad, darse uno mismo, eso es amar. Si amas como a ti mismo, si te entregas a los demás, verás que no hay egoísmo que no puedas superar.