La pedagogía mejor es aquella que desarrolla la responsabilidad personal, mediante la participación de los hijos en las tareas y responsabilidades de la familia. / Fotografía: Carlos Daniel - Cathopic 1.- Los conflictos con las suegras.
Si nos atenemos a la cita bíblica de Gn 2,24: “Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”, todo parece indicar que, en caso de conflicto y de que sea necesario elegir entre los propios padres y el cónyuge, normalmente debe preferirse al cónyuge. Lo ideal es que no haya conflictos.

Lo cual no significa descuidar a los padres ancianos o enfermos que nos criaron con tanto sacrificio cuando éramos niños. Sigue vigente el cuarto mandamiento.

Las madres han dado a luz con dolor a sus bebés y deben permanecer dispuestas a un segundo ‘parto’ cuando sus ‘bebés’ ya adultos, deberán dejar el nido paterno para formar su propio nido. El casado, casa quiere.

2.- La negación de uno de los cónyuges a mantener relaciones íntimas.
La cita bíblica de 1Cor 7,4-5 dice: “La mujer no dispone de su cuerpo, sino el marido; de igual modo, tampoco el marido dispone de su propio cuerpo sino la mujer. No os neguéis el uno al otro sino es de mutuo acuerdo, y por poco tiempo”.

Esto se debe a que el objeto esencial del consentimiento matrimonial es el derecho-deber a la relación conyugal. Por supuesto que hay casos, como la enfermedad, que justifican y hacen comprensible la negativa. Pero contradice el amor y la fidelidad matrimonial negarse sistemática e injustificadamente a mantener relaciones íntimas. Constituye una injusticia.

Se pondría, así, al otro cónyuge en situación de forzada de celibato, para lo que no ha recibido la correspondiente vocación de Dios. Además, se pondría al otro cónyuge en peligro de ceder a la tentación de infidelidad, en cuyo caso la parte que se niega a la relación no carecería de responsabilidad.

Dicho lo cual, hay que reconocer que algunas mujeres evaden la relación conyugal porque más que amadas, se sienten utilizadas en forma machista. En ese caso se debe aclarar que el matrimonio no da permiso para la utilización de nadie. El abrazo sexual debe ser siempre expresión de tierno amor e imagen del amor divino. De lo contrario ese abrazo es falo, no es amoroso y resulta ser humillante e hiriente. Y, por tanto, culpable.

3.- Los hijos, protagonistas de su propia educación.
La educación no puede consistir en algo que se recibe pasivamente. No se trata, simplemente, de transmitir un contenido cultural, religioso, moral, etc., sino de lograr que los hijos estén en disposición de desarrollarse progresivamente, desde sí mismos y por sí mismos. Es necesario que los hijos, de manera consciente y libre, se incorporen activamente al proceso de su propia educación.

La pedagogía mejor es aquella que desarrolla la responsabilidad personal, mediante la participación de los hijos en las tareas y responsabilidades de la familia. El diálogo, como actitud y como método, es insustituible en la educación de los hijos.

Un momento de especial importancia en la vida de los hijos es el de la elección de estado. Los padres deben ser conscientes de que todo en el hogar ha de dirigirse a que cada uno se desarrolle en plenitud, de acuerdo con la vocación recibida de Dios.

Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación de confianza con sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente. Pero, los padres deben cuidar de no violentar a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la elección de su futuro cónyuge.

Deben dejarlos ir, sin cortarles las alas. Este deber de no inmiscuirse no les impide ayudarles con consejos juiciosos, particularmente cuando se proponen fundar un hogar, o consagrarse por entero al servicio de la Iglesia. A veces los padres caen en la tentación de manipular a los hijos ya grandes, con la excusa de que se les debe amor.

 

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