El Poder Legislativo de Guatemala facilitó el trámite del divorcio, puesto que, de ahora en adelante, uno solo de los cónyuges puede solicitarlo, sin necesidad de acuerdo mutuo previo. Uno de los medios más difundidos en el país lo expresaba así: ‘Congreso aprueba el divorcio exprés’.
Los cristianos conocemos muy bien la enseñanza de Jesús al respecto: “El que repudia a la propia esposa y se casa con otra comete adulterio y aquel que se casa con la repudiada, comete adulterio” (Lc 10,11-12).
Pero también quienes no leen la Biblia deberían pensar que si se permite el divorcio, no existe ninguna diferencia entre los que se casan y los que sólo se unen. En efecto, en ambos casos tenemos relaciones sexuales pactadas ‘hasta que nos cansemos el uno del otro’. Con tremendas consecuencias para los hijos.
A partir de ahora en Guatemala basta que uno solo de los cónyuges solicite el divorcio. En realidad no debería ser suficiente que ambos cónyuges lo solicitaran. Si se quiere ser verdaderamente democrático, ¿no habría que tomar en cuenta la opinión de los hijos, que son síntesis indivisible de padre y madre? Ellos son los principales perjudicados por el divorcio, a pesar de ser completamente inocentes. Por eso se convierten también, desde su más tierna edad, en los principales defensores de la indisolubilidad matrimonial. Deberían ser tenidos en cuenta por justicia.
Sin embargo la ley los ignora por completo como si no fueran personas. Y se pretende solucionar el problema repartiendo los tiempos del niño entre uno y otro de los progenitores.
Nuestra sociedad exige cinco años de estudios para graduar a un Ingeniero. ¿Cuántos años exige para preparar a una esposa o a un padre responsable? Nada en absoluto. Y… así nos va de bien. ¿De qué me sirve ser un ingeniero de éxito si fracaso en mi matrimonio y hago infelices a mis hijos?
No cabe duda: el matrimonio, o es indisoluble, o no es matrimonio. Pero requiere una adecuada preparación.
Reflexionémoslo; y actuemos en consecuencia como honrados ciudadanos y buenos cristianos.