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Solo cuando sabemos que venimos del Amor y volvemos a Él, superando el sufrimiento y la muerte, podemos dar lo mejor de nosotros mismos con desinterés y alegría. / Fotografía: Cathopic - Diego Zamudio Hoy en día se pretende en nuestra sociedad introducir un ‘laicismo’ absoluto que va más allá de lo que podría legitimar una ‘sana laicidad’. Laicidad significa aconfesionalidad del Estado en una sociedad como la de hoy, que tiene que ser plural desde el punto de vista religioso.

El bien último del ser humano es Dios mismo. Y en Él se encuentra la felicidad a la que siempre tendemos. Dios es el único Dios y el ser humano es su criatura. Tratemos de sacar las consecuencias aquí implícitas.

Se trata de ir a Jesús y en Jesús encontrarnos a nosotros mismos, y a los demás, sanados, resucitados, fuertes por la gracia de Jesús. / Fotografía: cathopicLa meditación está de moda. Pero no tanto la meditación cristiana, sino conceptos de meditación importados de religiones orientales.

"Luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo" / Fotografía: Cathopic-marilopzEl Espíritu Santo es la menos conocida de las personas de la Trinidad. Intentemos conocerlo por los efectos de su acción en los apóstoles, a partir de Pentecostés.

Cada quien, desde la fe, teniendo en cuenta sus propias cualidades y talentos, buscará aquella proyección amorosa que dé a sus vidas sentido y plenitud.La sexualidad humana es un invento divino. Va unida a la creación de nuestros padres Adán y Eva. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: ‘Sean fecundos, multiplíquense’” (Gn 1,27-28).

Somos elegidos de Dios y nadie ha nacido por error ni por casualidad. Hemos nacido por el amor de Dios y nuestra vida tiene un propósito. Dios nos ha elegido en Cristo antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin defecto alguno, por medio del amor. Nos ha elegido de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, porque así lo quiso voluntariamente, para que alabemos su gloriosa benevolencia, con la que nos agració en el Amado. Por medio de su sangre conseguimos la redención, el perdón de los pecados, gracias a la inmensa benevolencia que ha prodigado sobre nosotros, concediéndonos todo tipo de sabiduría y conocimiento (Ef 1,4-8).