El mal del mundo tiene origen en el mal uso de la libertad humana. Dios no quiere el mal. Todo lo que él creó es bueno. No quiere el dolor ni la muerte. Pero, alejarnos de Dios fuente de la vida, tiene consecuencias mortales. S. Pablo, en Rm 3,23 enseña que todos pecaron y que, como consecuencia todos nacemos privados de la gloria de Dios. Ello a pesar de que desde antes de la creación del mundo todos hemos sido elegidos por Dios en Cristo para ser santos por medio del amor y para ser hijos de Dios por medio de Cristo (Ef 1,4).

¿Cómo puede explicar Pablo que todos pecaron y están privados de la gloria de Dios? Pues, porque por la desobediencia de un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte y a todos los hombres pasó, puesto que en aquel todos pecaron (Rm 5,12). Luego añade: así como el pecado de uno trajo a todos los hombres la perdición, así también, la obra de justicia de un solo hombre, Jesucristo, ganó para todos, la justificación que da la vida (Rm 5,19). La cruz de Jesús es como un pararrayos que asume el poder destructivo del rayo y lo entierra logrando librarnos del peligro, mientras él sobrevive victorioso.

En esta enseñanza basa la Iglesia su comprensión de la historia como Historia de la Salvación.

El mal del mundo tiene origen en el mal uso de la libertad humana. Dios no quiere el mal. Todo lo que él creó es bueno. No quiere el dolor ni la muerte. Pero, alejarnos de Dios fuente de la vida, tiene consecuencias mortales.

Todos nosotros, quien más quien menos, después de Adán hemos acumulado pecados sobre pecados hasta hacer de aquel paraíso terrenal que describe el Génesis, este valle de lágrimas que conocemos.

21 siglos después de Cristo no hemos escarmentado. Hoy nos encontramos al borde de una guerra mundial, sin haber superado todavía una pandemia que ha puesto de rodillas al mundo y sobre cuyo origen todavía se discute si ha sido humana o no.

Acostumbramos a quejarnos fácilmente ante Dios por las desgracias que padecemos, a pesar de que -solemos decir- ‘somos buenos’. Se nos olvida que Jesús, Dios y hombre verdadero, fue el único bueno y que Dios Padre no le ahorró el cáliz amargo de la pasión y muerte de cruz. Y ello a pesar de que Jesús se lo había pedido en el huerto de los olivos: “Aparta de mí este cáliz”.

El infinito amor implicado en la muerte y resurrección de Cristo es capaz de rehabilitar a la humanidad que se deja lavar en su sangre.

¿Cómo pretendemos que el mal del mundo no nos salpique a todos? El mal se extiende parejo de manera que muchos inocentes pagan por los culpables. Es lo que le pasó a Jesús.

El mal es como esa bola de nieve que baja veloz e impetuosa desde la cumbre de la montaña, creciendo más y más, arrollando todo lo que encuentra.

Dios no impide las consecuencias negativas de nuestras acciones irresponsables. También si de esos actos se derivan sufrimientos injustos para otras personas inocentes. Esa es la deriva del mal. El que siembra tormentas hace que a todos nos inunde la tempestad.

¿Por qué Dios no impide las consecuencias negativas de tantos actos irresponsables que nos haces sufrir a todos?

Porque nos ha creado inteligentes y libres. O sea, capaces de responder por las consecuencias de nuestras acciones. Dios ha establecido normas sabias y liberadoras, basadas en el amor. Y respeta nuestra libertad. Ha puesto en nuestras manos mucha responsabilidad. La responsabilidad acorde con nuestra alta dignidad. Nosotros debemos atenernos a ello. Debemos tomar muy en serio nuestro proceder en esta vida.

Por supuesto, habrá un juicio final que establecerá la culpa de cada quién y rehabilitará a todas las víctimas inocentes de la historia. Esa es nuestra Esperanza (una de las tres virtudes más importantes, junto con la fe y la caridad). Porque aquí no hay justicia.

Pero, entre tanto debemos afrontar la dura realidad. Jesús no prometió una vida cómoda a sus seguidores (si es eso lo que pretendemos). Nos advirtió sobre una cruz que debían cargar quienes le seguían a Él.

En el Evangelio es solo satanás quien ofrece poder y riquezas (precisamente al tentar a Jesús). Pero se las ofreció a cambio de postrarse ante él y adorarlo. Y satanás nos sigue ofreciendo hoy fama, poder y dinero a cambio de nuestras almas.

Jesús ya murió y resucitó (como primero entre muchos). Nosotros todavía esperamos la resurrección. Continuamente debemos apelar a la virtud cristiana de la Esperanza.

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