María madre de Dios. “La Virgen se llamaba María” (Lc 1,27).

Decir “María” es decir mujer, amiga, madre, esposa, virgen… María es igual a amor, belleza, justicia, libertad, disponibilidad, alegría, amor… María es igual a la aspiración escondida que todos llevamos dentro. 

La aspiración a encontrar nuestra plena realización como personas, como hijos de Dios.  La aspiración a la felicidad y al sentido.

Solo Dios puede llenar las aspiraciones más profundas del ser humano.  Sólo Dios puede llenar de felicidad y de sentido la vida.  Y Él ha colmado de gracia a María, la Madre de su Hijo.  Ésta es la razón de la alegría, de la auténtica alegría: “Dios te ha colmado de gracia” (Lc 1,28).

Precisamente por eso, porque Dios te ha llenado de su gracia, es por lo que “todas las generaciones te han llamado bendita, bienaventurada” (cf. Lc 1,48).  Bendita entre las mujeres.  “Mujer”, así la llamó Jesús en Caná de Galilea (Jn 2,4).  Y colgando del madero le dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26).  “Mujer”: con psicología de mujer, con sensibilidad de mujer, con cuerpo y belleza de mujer.  Mujer admirable, activa, fuerte, acogedora, intuitiva, servicial, femenina, sonriente, signo de toda mujer sobre la tierra.  Con responsabilidad y con valor, respetada y leal.

Como a María mujer debemos tratar a todas las mujeres de este mundo.  A María mujer, le decimos: Dios te salve, María, llena eres de gracia.

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