El impacto de la cruz. Desde que realicé el sacramento de la confirmación opté por llevar al pecho la cruz de Cristo. Para algunos es parte del ‘outfit’ y de hecho así lo portan: camisa abierta, rosario colgando en el pecho desnudo, entre devotos y no sé qué más. O puede pasar desapercibido. A excepción, claro está, de aquellos extravagantes, gigantes o brillantes. Yo confieso haberlo llevado con católica intención.

Mientras viajábamos de Tirana a Gjilán tuvimos una larga e interesante plática con mi director. Entre tantas cosas que comentábamos, él se detuvo a ver la cruz que llevaba puesta, luego del envío misionero en Turín. Una cruz tallada por manos de un joven africano con la imagen del Buen pastor, con la oveja en hombros.
La razón de cuestionarme por qué llevaba la cruz era para comentar una decisión que la comunidad había tomado en Gjilán: llevaremos la cruz siempre y a todos lados, de forma visible. Algunos hermanos no estaban de acuerdo por el contexto musulmán en que nos movemos y porque podría parecer una provocación. Nosotros no lo vimos así y creemos que es bueno que la gente nos identifique inmediatamente cuando nos vea, que sepan que somos católicos.
Don Dominik buscaba advertirme, y qué bueno que lo hizo. Nunca en mi vida me había sentido tan observado como ahora, por el simple hecho de llevar la cruz en el pecho. Por pequeña que sea, a ninguno pasa desapercibida. Y son miradas de asombro, de sorpresa y otras que esconden algún tipo de mal sentimiento que, gracias a Dios no han expresado, manifestado o, si lo han hecho, no he entendido.
Una vez tomé el bus de Pristina a Gjilán. Me senté en el primer lugar, justo después de las escaleras para abordarlo. Y no exagero, ni miento, al decirles que todas las personas que subieron al bus se detuvieron ante la cruz con todo tipo de reacciones. Algunos incluso buscaron sentarse lo más lejano posible. Otros ni se preocuparon por ello.
Otra reacción común es cuando vienen los papás a querer inscribir a sus hijos en la escuela y encuentran nuestra cruz al pecho. Luego de explicar los procesos, los criterios y requisitos, se nos hace necesario aclarar el hecho religioso. Somos tres consagrados que trabajamos por la educación de la juventud. Algunos alegan que nuestra actitud es “anti-ética”. Otros simplemente “nunca lo habían visto”. A todos expresamos quienes somos.
Por otro lado, pienso que lo mismo ocurriría en nuestros pueblos si un día llegase una mujer con los atuendos de musulmana. Sería imposible no volverla a ver y hasta quitarse la curiosidad saludándole o hablando con ella. El mismo efecto que causaron las hermanas vicentinas que visitaron nuestro colegio. Fueron un espectáculo para nuestros alumnos, sobre todo para las niñas.
En otra ocasión jugábamos “futbolito” con un grupo de 5 niños. Yo veía el partido y otro niño me miraba. No vio nada del partido, miraba solo mi pecho. Luego de un buen tiempo, tomó coraje y me preguntó: ¿Es esa una cruz? Yo le sonreí y le dije que si. Sus amigos le dijeron “es americano”, como para ayudarle a entender. Él se animó y me preguntó “¿Sos cristiano?”. Le sonreí nuevamente. Le dije que si, pero no Ronaldo. Sonreímos juntos. No preguntó más. No dije nada más.
Algo estamos cambiando. Nuestra ‘provocación silenciosa’, el no tener miedo a ser quien somos y claro, el enorme compromiso de ser coherentes con esa cruz que llevamos, está dando efecto. La gente poco a poco comienza a vernos a los ojos. O algunos se acercan a tocar la cruz, a descubrirla, a querer una explicación.
La mejor evidencia fue una alumna que expresó una problemática interna, interesante y evangélica. Llegó con el director y le dijo que quería “confesar” una dificultad que sentía. Ella, musulmana y muy respetuosa, no sabía explicar cómo o porqué sentía rechazo y repudio contra los católicos pero no contra nosotros. No explica cómo al vernos a nosotros con la cruz se siente respetada y en paz, pero no veía ni sentía lo mismo con los demás.
Comento esto no por falta de modestia. Creo que en parte ella tiene razón: tantos hay que llevan la cruz al pecho que también a nosotros nos hacen sentir rechazo y repudio. El tema entonces no es llevar o no llevar la cruz al pecho. El tema es que si se lleva, es indispensable ser coherente a ella. Porque cuando no se ve la congruencia, no hace falta otra religión para sentir desagrado.
Estamos conscientes de los riesgos que corremos, o al menos eso creemos. Pero también estamos conscientes de la enorme oportunidad que estamos queriendo aprovechar. Comentarios como el de esta muchacha son una luz, una muestra, una degustación de un posible camino de paz, de encuentro que podemos aportar.
El reto no es llevar la cruz en las calles del pueblo musulmán. Eso lo podría hacer cualquiera. El verdadero desafío es ser coherente al llevarla, en donde sea que estemos. Entonces impactará lo mismo la cruz y la gente no se impresionará solo por el pedazo de madera, sino por nuestra mirada, por nuestras palabras y por nuestras acciones. Y se cuestionará. Y comenzará su propia conversión.
Más que un souvenir religioso, es el signo de nuestra identidad. Llevamos la cruz al pecho no solo para decirle a la gente qué religión profesamos, sino para recordarnos de que manera hemos decidido vivir. La cruz al pecho ha de recordarnos que hemos de ser eso que la cruz es para nosotros: memoria y signo del amor sin medida, capaz de dar la vida por nosotros. Y nosotros por ellos.

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