Foto: Db Esther Merbt En una época en la que todo el mundo iba descalzo, un gran jefe indio, que tenía los pies sensibles y poco sentido común, sufría mucho al tener que caminar por las piedras y el terreno accidentado del territorio de su tribu.

Tras pensarlo un poco, tomó una decisión solemne. Ordenó a sus guerreros que cazaran todos los búfalos del país para cubrir toda la superficie de su territorio con sus suaves pieles. Ya que no podía cambiar sus pies, ¡cambiaría el suelo! A costa de exterminar toda la especie del bisonte.

La gente estaba horrorizada. Una delegación de guerreros acudió al viejo y sabio chamán de la tribu para pedirle consejo. El chamán respondió: “Aconseja al jefe que corte dos trozos pequeños de piel de bisonte para proteger sus pies. Vaya donde vaya, nunca más le dolerán los pies. Así nacieron los zapatos.

Muchos padres piensan como el gran jefe del cuento. Les gustaría “forrar” el mundo para que sus hijos no corran el riesgo de chocar con la realidad. En cambio, es necesario aplicar el consejo del chamán: “forrar” adecuadamente las mentes y el carácter de los niños. El regalo más importante y necesario que los padres pueden hacer a sus hijos es el sentido de la responsabilidad. Solo ellos pueden dotar a sus hijos de este “fundamento humano”: el mundo que les rodea se muestra cada vez más incapaz de hacer ciudadanos responsables y confía en la policía para mantener el orden social.

Los niños necesitan poder tomar decisiones para acostumbrarse a elegir. Muchos padres, normalmente movidos por las prisas, prefieren tomar las decisiones por sus hijos e imponerles las opciones mediante la obediencia, amenazando con los inevitables castigos. La persona responsable, en cambio, se forma a través de un largo entrenamiento (y casi siempre con unos cuantos moratones morales) y no a través de amenazas, sermones, castigos o premios.

Los premios y los castigos niegan a los niños la oportunidad de tomar sus propias decisiones y, por tanto, de sentirse responsables de sus actos. Con un poco de imaginación, se puede poner a los niños en situación de “probar” lo que significa optar por una determinada opción en lugar de otra. ¿Qué podemos hacer cuando el niño se porta mal? ¿Qué pasa si la madre se olvida del pastel en el horno? Se deduce lógicamente que el pastel se quemará: es una consecuencia natural de su olvido. Así que, si dejamos que el niño conozca las consecuencias de sus actos por ensayo y error, creamos una situación instructiva que es honesta y real.

Las consecuencias naturales representan la limitación de la realidad, sin ninguna acción específica por parte de los padres, y son siempre efectivas. Por ejemplo, si un niño duerme demasiado, seguramente llegará tarde a la escuela y se enfrentará a la ira del profesor.
A los cuatro años, Carlos se ponía regularmente los zapatos en el pie equivocado, lo que molestaba bastante a su madre. “Por el amor de Dios, Carlos; ¡cuándo aprenderás a ponértelos bien! Ven aquí”. Entonces la madre lo ponía en el suelo y lo sentaba para intercambiar los zapatos. La madre puede entrar en una situación de conflicto con su hijo o decidir adoptar las consecuencias naturales y lógicas.

Los pies son del hijo, no de ella. Si no interviene, Carlos tendrá inevitablemente la prueba de lo incómodo que es caminar con un par de zapatos en el pie equivocado. Cuando nota que los zapatos le quedan bien por primera vez, la madre puede decir con confianza lo satisfecha que está de que su hijo sepa ahora cómo hacerlo. No hay nada más que decir: esto será suficiente para que Carlos reconozca el resultado y tenga el impulso necesario para continuar con sus intentos.

Muchas veces, los padres deben preguntarse: “¿Qué habría pasado si no hubiera intervenido? Los deberes que no se hacen provocan la indignación del profesor; los juguetes que se destruyen se tiran, no se reponen; si se fija la cena para las siete de la noche, no hay posibilidad de comer después; la ropa que no se echa en el cesto de la ropa sucia no se lava; etc. Si se trata del autobús escolar, los niños que lleguen tarde tendrán que ir andando, aunque sea un largo camino. Tienen suficiente energía.

Se necesita cuidado y equilibrio. Las consecuencias lógicas y naturales solo pueden aplicarse si no existe un peligro real para la seguridad de los niños. También es importante recordar que, una vez que se ha establecido una “ley” con una consecuencia lógica como “La ropa sucia que no se deposite en el cesto de la ropa sucia no se lavará”, los padres también están obligados a cumplirla. Una madre pidió a su hijo de dos años que pusiera su ropa sucia en el cesto de la ropa sucia. El niño la miró sin entender, así que la madre le explicó: “... donde ponemos la ropa sucia”. Tuvo un destello en los ojos, recogió la ropa, fue directamente a la habitación de sus padres y la puso en el suelo del lado de su padre.

Cuando se utiliza el término “consecuencias lógicas”, los padres suelen malinterpretar su significado, viéndolo como una nueva forma de imponer sus propias exigencias a sus hijos. Los niños, en cambio, lo ven como un castigo disfrazado.

El secreto reside en la técnica de aplicación, que implica una retirada imparcial por parte del padre, permitiendo así que se produzca una secuencia lógica de acontecimientos. La aplicación cuidadosa y coherente de las consecuencias lógicas suele ser eficaz, y puede dar lugar a una sorprendente reducción del antagonismo y a una mayor armonía en la relación familiar. Los niños captan rápidamente la justicia que imprimen las consecuencias lógicas y, por lo general, las aceptan sin reservas ni rencores.

 

¿Cómo enseñarle a tu hijo a tomar sus propias decisiones?
La clave para que aprendan a tomar decisiones es darle la oportunidad de desarrollar esa capacidad. Aquí unos consejos para apoyarlo en este proceso:

  1. Felicítalo y dale ánimos cuando haya tomado una buena decisión, y respétala.
  2. Si te pide ayuda para decidir algo, plantéale las siguientes preguntas: ¿Qué quieres conseguir? ¿Qué caminos tienes para llegar a eso? ¿Qué tiene de bueno y qué de malo cada opción?
  3. Si se equivoca, no lo juzgues, anímalo y ayúdalo a enmendar la situación. Recuerda que aún son niños, y que errar es de humanos.
  4. Enséñale a ser consecuente de sus propias decisiones: tiene que ser responsable de lo que él determine y, si se equivoca, tiene que esforzarse por enmendar los errores.
  5. Exígele que cumpla con lo que ha decidido para que aprenda el sentido de responsabilidad. Por ejemplo, si van de compras y elige su ropa, tiene que cumplir la promesa de usarla con frecuencia.
 



Aunque decidir es parte de crecer, cuando son muy chicos no pueden decidirlo todo. La toma de decisiones tiene que ser progresiva hasta que no solo se hagan responsables de sus cosas sino también de sí mismos. Te dejamos una idea de lo que debes decidir tú como padre de familia y ellos como personas autónomas:

Decisiones que debes tomar como padre y madre: La formación de su educación, el presupuesto familiar y las normas de convivencia.
Decisiones que pueden tomar padres e hijos juntos: Elección de escuela o universidad, el cambio de colegio, el cambio de domicilio, las salidas con amigos o las salidas nocturnas, y los estudios de verano o complementarios.

Decisiones que pueden tomar los hijos luego de conversar con los padres: La elección de la carrera, las fiestas, las clases extracurriculares y las actividades con sus amigos.

Decisiones que pueden tomar los hijos informando a sus padres: Horarios de estudio, tiempos libres, salidas diurnas, formas de vestir y las compras con sus ahorros.

Decisiones que pueden tomar los hijos: La ropa que visten y los objetos personales, las actividades cotidianas (sus libros, su ropa, la manera cómo actúan con sus amigos o cómo enfrentan un malentendido, un horario de estudio).

Recuerda que enseñar a tomar decisiones es enseñar a pensar, y mientras eduques a tus hijos con criterio y valores, lograrás adultos independientes y seguros de sí mismos.

Fuente: https://yomecuido.com.pe/salud-y-nutricion/como-ensenarle-a-tu-hijo-a-tomar-sus-propias-decisiones


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