papa-frnacisco-jmj-rio-1 Recientemente se ha cumplido un año de la elección del cardenal Jorge Bergoglio como sucesor de Benedicto XVI para el ministerio del gobierno de la Iglesia universal. Al ser presentado ante la multitud que se aglomeraba expectante en la Plaza de San Pedro, el anuncio del nombre elegido para su pontificado sorprendió a todos: Francisco. Una decisión que se ha revelado muy feliz, pues es reflejo del carisma con que ha irrumpido el actual pontífice. 

Quizás en la elección de este nombre, además de la devoción que el mismo papa pueda tener por el poverello de Asís, haya asomado el interés de granjearse la simpatía de los italianos. Pero hay sobre todo motivos carismáticos que se han ido manifestando de manera clara, entre los que sobresalen dos: la identificación con los pobres y la promoción de la paz. No sólo con palabras, sino con gestos decididos y convincentes se ha manifestado el papa como pastor solícito en torno a estos dos temas. 

Nada menos se podía esperar entonces de su primer gran escrito, la Exhortación Evangelii Gaudium. En un texto vibrante, lleno de humanismo y espíritu evangélico, el pontífice subraya con energía que la evangelización tiene una dimensión social inherente a su naturaleza. De muchas maneras hace ver que el anuncio del evangelio no se puede reducir al ámbito privado o creer que “está sólo para preparar almas para el cielo” (EG 182). La salvación que nos ofrece Dios en Jesucristo es de todo el hombre, integralmente considerado, como unidad corpóreo-espiritual. Si el evangelio de Jesús tiene como meta “instaurar el Reino de su Padre”, hacer que Dios reine significa erradicar todo aquello que oprime o esclaviza al ser humano, todo lo que impide su pleno desarrollo, en todas sus dimensiones: humana y espiritual, individual y social, histórica y escatológica. En palabras del mismo papa Francisco: “En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales” (EG 180).

 

De manera particular, como bien dice el papa, el evangelio es buena noticia para los pobres. Es inobjetable que Jesús hizo no sólo una opción por vivir él mismo pobremente, sino por expresar su amor, su preferencia, su cercanía, su compasión por los más pobres: enfermos, viudas, niños, campesinos, pescadores, la gente humilde y sencilla de las aldeas y los pueblos que recorría con su anuncio jubiloso de salvación. Jesús les anuncia que ha llegado para ellos “el año de gracia del Señor”. Por eso en su discurso programático de las bienaventuranzas proclama en primer lugar: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!» (Lc 6,20).  

 

Analizando la situación actual de la sociedad, el papa corrobora con tristeza que inmensas masas de personas no sólo viven oprimidas bajo el flagelo de la pobreza, sino que, peor aún, son excluidas, marginadas de la vida social y productiva. Millones de habitantes del planeta no están siquiera en la parte más baja o en la periferia de la pirámide social, sino fuera de ella. 

 

De ahí que el santo padre hace un dramático llamado a promover una evangelización integral, donde la dimensión social sea parte esencial de la misión de la Iglesia. Y no se trata de conformarse con limosnas, o de quedarse en el asistencialismo, pues eso no genera desarrollo sino dependencia. Son necesarios cambios estructurales: una economía y un tipo de sociedad no fundada en el egoísmo o en la mera competitividad que premia a los más fuertes, sino una sociedad nueva, que privilegie a los más pobres y necesitados, fundada en la caridad, la solidaridad, la centralidad y dignidad de la persona. 

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