17166964242 dd29bf9e09_o «¡Eran pobres…realmente los más pobres!», exclamó el Papa Juan Pablo II en el momento en que Don Viganó, en 1988, le mostraba la pobre casita de I Becchi donde Juanito Bosco vivió los primeros años de su vida. Aquellas paredes hoy son un signo de una característica esencial en la identidad y personalidad de Don Bosco: la pobreza y su opción por los jóvenes pobres. 

Don Bosco quiso morir pobre porque siempre vivió pobre, porque él, desde niño, descubrió la riqueza del corazón pobre en la figura de su madre y en su familia, en su época y en su pueblo. Y ahí, Margarita Occhiena, ejemplar y profeticamente, nutrió la confianza en Dios, que se traduce en una actitud espiritual y operativa,  en medio de la experiencia de la muerte del padre, de orfandad, de limitación, de trabajo duro, de hambre, de carestía, de pobreza. 

Esa experiencia es la fuente de una espiritualidad salesiana que se vive como una familia que con el trabajo, la sobriedad de vida y la confianza en Dios se consagra a la educación cristiana de los jóvenes. Si leemos las Memorias del Oratorio, además de descubrir su vida y los orígenes de su obra realmente pobre, también vislumbramos muchos rasgos de su interioridad y en ella, la pobreza, especialmente la del espíritu, que se aplica a sus afectos, su salud, su libertad y su voluntad, su propia preparación cultural, su inteligencia y sus capacidades, sus medios materiales. Porque dedicarse a la misión juvenil asegura abundancia de fatigas, límites y privaciones, que en Valdocco se vivían como bienaventuranza y con profunda esperanza. 

 

«Una noche – contaba Don Bosco – mi madre, de buen humor como siempre, cantaba sonriendo: «Ay del mundo, si nos viera forasteros sin fortuna». Aquel canto resonaba en una casa donde gobernaba un sacerdote pobre que, acompañado por su madre pobre, acogía a los jóvenes más pobres. 

 

Imaginemos aquel artículo periodístico: «Humilde sacerdote que, revestido una inmensa caridad como su única riqueza, recoge cada día festivo de cinco a seiscientos jóvenes para adiestrarlos en las virtudes cristianas y convertirlos al mismo tiempo en hijos de Dios y óptimos ciudadanos». Así lanzaba, un periódico turinés de 1849 la buena noticia que Don Bosco representaba para aquellos jóvenes y sintetizaba, para nosotros, toda su vida, opción, celo, misión y fruto. Lo que la sociedad veía era sorprendente: jóvenes miserables, abandonados, considerados un peligro para la sociedad, luego regenerados, instruidos, convertidos en laboriosos ciudadanos en muchos ramos, el éxito exterior de la obra educativa salesiana. Lo que Don Bosco veía era un desafiante campo de acción donde hacer presente a Cristo, el campo que tenía que trabajar, «con la certeza del futuro que ve ya en flor, aunque en aquel momento solo palpa sudor y fatiga». 

 

Don Bosco vive la opción por los jóvenes más pobres como realización del llamado personal al discipulado de Jesús, vivido permanentemente «como los sarmientos a la vid», amando lo que Cristo ama, porque ha venido a ser «buena Noticia de los pobres». Entonces es pobre porque esa es una característica irrenunciable del misionero evangelizador. Desde esa perspectiva, Don Bosco, misionero entre los jóvenes pobres, se orienta a vivir según el modelo de Jesús pobre, a quien considera el bien más grande, porque “sólo Dios basta” y lo transforma en programa de vida «da mihi animas caetera tolle». Se trata de una pobreza vivida a nivel de convicción y de actitud interior, antes que de gestos externos y visibles que solo manifiestan pobreza en la medida en que ésta ya reina en el corazón. 

 

- ¿ Y hoy? – nos podemos preguntar. 

Nuestro mundo de hoy se encuentra dividido por la posesión de los bienes, en donde las sociedades avanzan a distinta velocidad hacia el desarrollo muchas veces definido según los criterios del consumismo, pero siempre por sobre la dignidad humana. 

 

Educar-evangelizar a los jóvenes pobres es hoy una tarea profética cada día más urgente, porque sus pobrezas son crecientes y variadas, y exigen una reflexión no solo sobre la razones de la opción sino sobre el modo de resolución. 

 

Optar por educar-evangelizar a los jóvenes pobres implica hoy una conversión auténtica, radical, profunda, literal, «de hacerse pobre para llegar a ser rico con Jesucristo, que nació en la pobreza, vivió en la privación de todo y murió desnudo en una cruz». 

 

El Papa Francisco lo actualiza cuando, dirigiéndose a los educadores católicos el 13 de febrero de 2014, se dirige también a quienes hoy hacemos este tipo de opciones: «¡Coherencia! – gritó –  no se puede educar sin coherencia: coherencia, testimonio».

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