Quienes no tuvimos la suerte de participar en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada recientemente en Lisboa nos quedó el consuelo de emocionarnos, mediante las transmisiones televisivas, de ese magno festival de la fe cristiana.
Resultaba conmovedor sumergirse – aunque solo fuera de modo virtual – en la marejada de ese millón y medio de jóvenes provenientes de todo el mundo católico. Jóvenes rebosantes de alegría, felices de celebrar la fe común, que expresaban la vivencia de la fe con cantos, oración y celebraciones multitudinarias de la eucaristía.
Era el rostro joven de la iglesia. Una iglesia que no envejece, porque esta generación juvenil irrumpe con fuerza como protagonistas de una fe que vale la pena vivir. Líderes, ellos y ellas, cargados de ilusiones y proyectos misioneros, quienes como semillas fecundas estimulan en sus propios ambientes la vivencia del rico proyecto que Dios tiene sobre la humanidad entera.
De aquí que el tono dominante de esas celebraciones masivas era el fortalecimiento del don y tarea de ser portadores del amor de Dios a todos los continentes. Misioneros de los jóvenes, destinados a estimular entre sus coetáneos la frescura y el calor de la gracia divina.
El papa Francisco, protagonista número uno de esa mega concentración juvenil, no se cansaba de infundir valor y audacia en el corazón de esa juventud desinhibida, proclamando una y otra vez: No tengan miedo.
Los salesianos estuvimos allí muy bien representados. Se calcula en ocho mil la juventud enamorada con Don Bosco que acudía de todo el mundo salesiano. Para suerte de ellos y ellas, se supo organizar encuentros propios alrededor del P. Ángel Fernández Artime, rector mayor, y de Sor Chiara Cazzuola, superiora general de las Hijas de María Auxiliadora.
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