Qué difícil armar una familia no convencional, no tradicional. Esto si entendemos como familia tradicional aquella que está integrada por mamá, papá y los hijos nacidos de esa unión. Las familias integradas requieren mucho esfuerzo y voluntad, me atrevería a decir que más de lo que le tocaría a una pareja, sin hijos ni experiencias previas, unirse y aprender juntos en el camino.
Como ya saben, la mía es así: integrada. Y, aunque me cuesta mucho cada día, me hace feliz y no quiero cambiarla. Es por eso que he decidido compartir con ustedes algunas reflexiones personales, inspiradas en la vida diaria y también en lecturas de apoyo al respecto, que más bien funcionan como tareas que nos enrumban hacia la integración y armonía en casa:
- Afrontar y aceptar la situación. Esto exige tener lo más claro posible, y desde el inicio, lo que implica formar una familia integrada: compartir espacios, economía, ponerse de acuerdo en disciplina de hijos, descubrir si la realidad del otro traerá limitantes para nuestras ideas o proyectos (número de hijos, calidad de educación, salud, vacaciones y otros) y, por supuesto, saber si estamos dispuestos a asumir todo ese paquete. Sin duda que los escollos que surgen en el camino cuestan, aunque sea un poquito menos si hay claridad de la situación desde el comienzo.
- Hacer de la cortesía, el respeto y las buenas maneras el trato habitual con la contraparte. En un hogar integrado toca lidiar con los padres o madres de los hijos que no son propios y la relación que se establece con ellos es tan vital como la que tenemos en casa con los nuestros. Será espantoso y se convertirá en una tortura tener que aguantar cizañas, malas caras y reacciones inmaduras e injustas que terminan afectando la convivencia y hasta la relación entre cónyuges. Cada uno de los adultos de ambos lados debe asumir su rol con respeto hacia todos los demás.
- La adaptación a los cambios cuesta tiempo. Esto es válido tanto al inicio como en cualquier momento de la vida en familia. Según algunos expertos, todo el proceso de integración puede durar de 4 a 7 años y es más sencillo cuando los niños son pequeños y cuando los padres de ellos trabajan en sintonía por el bienestar de todos. Hacer equipo facilitará el manejo de los problemas de conducta, reducirá las aversiones entre miembros de la familia, fortalecerá las capacidades de negociación y alentará la tolerancia hacia las diferencias entre todos. De lo contrario, el camino será una especie de autoboicot al esfuerzo familiar en el que cada cierto tiempo habrá un miembro frustrado, desgastado, pesimista y negativo hacia la familia.
- Tener claro el rumbo. Si sabemos qué queremos y hacia dónde queremos llevar nuestra familia, es importante también estar de acuerdo en ello y poner todos de nuestra parte para seguir ese camino. Si nuestros deseos son muy elevados o muy cómodos tendremos siempre que ponernos de acuerdo, negociar, entendernos para saber guiarnos juntos. Si no es así, cada quien comenzará a jalar por su propio lado, alejándose del otro y dejando espacio en medio para los posturas defensivas o con visión de mártir que hacen más grande la distancia por estar alejadas de la realidad y ponen en peligro el proyecto de vida.
Si creemos que nuestra familia es nuestro proyecto de vida, vale la pena poner todos los esfuerzos posibles para que funcione. No corresponde a la realidad exigir que las familias sean todas tradicionales, así que nuestro deber es asumir con amor esas realidades porque dentro de ellas nos formamos los hombres y mujeres de la sociedad. Si desde esos espacios aprendemos a respetar, cuidar, aceptar y amar a los demás, sin duda que seremos mejores individuos y hasta podríamos mejorar las sociedades en que vivimos.