Lo que sucedió a Jesús cuando fue bautizado por Juan, nos ayuda a entender nuestro propio bautismo. Dice el bautista en Mc 1,9-11: “Al salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre él. Se oyó entonces una voz del cielo que decía: ‘tú eres mi Hijo amado’”. Algunos de estos elementos los encontramos en nuestro bautismo: agua, presencia de la Trinidad, cielos se nos abren, desciende el Espíritu Santo, somos hechos hijos de Dios.
Un pasaje de la Iglesia primitiva nos ayuda a comprender la vida nueva que el Bautismo trae a nuestra existencia: En el siglo III, Cipriano de Cartago, escribió a su amigo Donato: "El mundo en el que vivimos es malo, Donato. Pero en medio de este mundo he descubierto a un grupo de personas santas y serenas. Son personas que han encontrado una felicidad que es mil veces más alegre que todos los placeres de nuestras vidas de pecadores. Estas personas son despreciadas y perseguidas, pero eso no les importa. Son cristianos, Donato, y yo soy uno de ellos".
Vemos cómo bautizarse implica dejar un modo de vivir. Con la venida de Cristo se abre una nueva forma de existencia humana. San Pablo dijo en Fil 3,8: “Todo aquello por lo cual yo antes me afanaba, ahora lo considero basura con tal de ganar a Cristo”.
En la Iglesia primitiva, dado que todavía no existían familias cristianas, el bautismo se administraba casi sólo a personas adultas. Recibían las catequesis de preparación llamadas Catecumenado, y en la fiesta de Pascua recibían en la misma ceremonia los tres sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.
Hoy bautizamos bebés. Los católicos lo hacemos con la condición de que los papás y padrinos se comprometan a darles una adecuada catequesis cuando los niños tengan suficiente edad. Bautizamos bebés porque el bautismo es necesario para la salvación y, además, la salvación es un regalo (Gracia, gratis); no pide méritos previos en la persona; el bautismo es una medicina y un alimento. El único requisito es tener necesidad de salvación y de alimento espiritual. Esos requisitos los cumple el bebé. Si nuestro bebé está enfermo, ¿acaso esperaremos a que crezca para pedirle permiso y poder aplicarle la medicina sanadora?No. Los padres, con toda la razón, toman muchas decisiones por el bien de su hijo, mientras este crece.
La Iglesia reconoce tres clases de bautismo: de agua, de sangre y de deseo. El bautismo de sangre se aplica a los ‘santos inocentes’ que murieron por la causa de Jesús. El bautismo de deseo se aplica a los catecúmenos que mueren antes de bautizarse; pero también a las personas que, sin culpa, no conocen a Jesucristo pero que, siguiendo la voz de su conciencia, persiguen con todas sus fuerzas los valores de la verdad, el amor, la justicia, etc., que son valores evangélicos, aunque ellos no lo sepan. Buscar la verdad con corazón sincero significa implícitamente buscar a Dios. Jesús lo toma en cuenta para su salvación.
El Sacramento de la Confirmación lleva la semilla del Bautismo a los frutos maduros del apostolado, lleva a la fe adulta.
El Sacramento de la Penitencia es una segunda tabla de salvación para perdonar los pecados cometidos después del bautismo. La Iglesia Católica reconoce como válido el bautismo de los cristianos evangélicos si lo administran con agua en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ya que creen que Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre para salvarnos, por su muerte y resurrección.
Los niños no nacidos y los que mueren sin bautismo antes del uso de razón, también se salvan. Porque el pecado original no condena a nadie ya que no lo cometí yo, sino que lo heredé. Para condenarse es necesario tener graves pecados personales y nunca arrepentirse. Además, Jesús dijo: “Dejad que los niños vengan a mí porque de los que son como ellos es el reino de los cielos” (Mt 19,14).