No hay nada más pastoral que la verdad, enseñada con amor y misericordia. / Fotografía Cathopic - Argenis José González La Iglesia tiene como misión predicar la verdad: Id pues y enseñad a todas las gentes (cf. Mt 18,29). Si este encargo del mismo Cristo no se cumple, no tiene sentido la Iglesia. Proclamemos la verdad, enseñemos la verdad, disfrutemos de la verdad, no luchemos contra la verdad.

El gran peligro del cristiano es avergonzarse de la verdad. Nada hay peor que eso, puesto que avergonzarse de la verdad es lo mismo que avergonzarse de Cristo.
Alguien dijo en una importante reunión pastoral: “La Iglesia no está aquí para volver a repetir lo mismo”. Aquella persona no parecía recordar que la misión del apóstol cristiano es, precisamente, así de humilde: os transmití lo que a mi vez recibí (cf. 1Co 15,3). El cristiano no está llamado a transmitir sus elucubraciones, descubrimientos, aportaciones y genialidades, sino lo que ha recibido. Porque hay un solo Maestro, una sola Verdad y una sola Fe. Cuando un cristiano se empeña en rodearse de maestros por afán de novedades, apartando los oídos de la verdad (cf. 2Tm 4,3-4), es sal que ha perdido su sabor, que ya no sirve para nada más que para echarla fuera y que la gente la pisotee (cf. Mt 5,13). Cumplamos el mandato de San Pablo a Timoteo: hazte fuerte en la gracia de Cristo Jesús, y lo que has oído de mí, a través de muchos testigos, esto mismo confíalo a hombres fieles, capaces a su vez de enseñar a otro (2Tim 2,1-2). Esto es perseverar en escuchar la enseñanza de los apóstoles (Hch 2,42).

¿Es exagerado decir que la verdad sobre el matrimonio lleva medio siglo sin enseñarse, aunque con loables excepciones? La doctrina matrimonial católica está prácticamente ausente de los púlpitos. En muchos seminarios, se considera normal rechazar esa doctrina, y se considera extraño y rígido mantenerla. Algunos cursos prematrimoniales se limitan a hablar de las mismas vaguedades que dicen los libros de autoayuda. En algunos confesionarios, me consta, se ha estado diciendo durante décadas a los cristianos que no pasaba nada por masturbarse, tener relaciones prematrimoniales (siempre que hubiese “amor”), o por usar anticonceptivos (siempre que hubiese “amor” y que “en conciencia” se considerase necesario o conveniente) o por unirse con alguien que no es el cónyuge (siempre que el “amor” el matrimonial se hubiese acabado).

¿Cuál ha sido la consecuencia de eso? La previsible: muchos católicos han abandonado la doctrina matrimonial y viven en su mayoría como vive el mundo. Se dice que es imposible vivir la moral católica, que es demasiado dura, un “mero ideal”, algo “de otra época”.

¿Alguien imagina lo que sucedería en un ejército en el que los oficiales estuvieran animando constantemente a las tropas a tirar el fusil y huir al oír el primer disparo, o que los generales consideraran que cada derrota es una victoria y en el que los soldados valientes en lugar de ser condecorados son degradados?

Sin embargo, esto que es claro en las cosas del mudo, por alguna razón no está claro cuando se trata de la Iglesia. Aunque parezca mentira, rechazan el “escándalo de la predicación que termina en el escándalo de la Cruz”, como dijo hace tiempo el Papa Francisco. Ancho y espacioso es el camino que lleva a perdición y muchos son los que van por él (cf. Mt 7,13).

Si la Iglesia ha sobrevivido es únicamente por la gracia de Dios y la promesa de Cristo, mientras algunos católicos hacen todo lo posible por destruirla.

Debemos señalar con toda claridad que no estamos hablando de pequeñeces, sino de una elección fundamental entre la fe católica frente a ideologías suicidas y extrañas al Evangelio. Es evidente que no podemos seguir así. Si no se predica la verdad en la Iglesia, se hacen imposibles la fe, la esperanza y la propia caridad, que están basadas en ella.

La verdad no ha cambiado, porque Cristo no ha cambiado: Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre. No os dejéis llevar por doctrinas diversas y extrañas (Hb 13,8-9). Atenerse fielmente a esa verdad es lo que ha faltado durante décadas. De esa falta de fe en la verdad que hemos recibido, vienen numerosos problemas. No hay nada más pastoral que la verdad, enseñada con amor y misericordia. No se enciende una luz y se oculta, sino que se pone en el candelero, para que ilumine a cuantos hay en la casa (cf. Mt 5,11).

 

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