¿Cuál es el proyecto de Dios para mi vida, tomando en cuenta mi situación y mis circunstancias particulares? Hay personas que sienten atracción por el mismo sexo (AMS) y militan en el lobby gay. Otros no se meten con nadie y no quieren que nadie se meta con ellos. Pero hay también personas que sienten atracción por el mismo sexo y ello no les satisface. No se sienten representados por el lobby gay y prefieren, más bien, apegarse a la Palabra de Dios, y vivir en castidad aunque les cueste.

Todas las que se encuentran en la situación de AMS deben saber que también sus vidas tienen un propósito. Y dicho propósito debe buscarse en el amor. No porque excluyan una pareja sentimental, esas personas están impedidas de alcanzar una plena realización humana y cristiana.

Entendemos por castidad la virtud que encauza las poderosas energías de la sexualidad al servicio del amor verdadero. Cada quién, desde la fe, teniendo en cuenta su situación y sus propias cualidades y talentos, buscará aquella proyección amorosa casta que dé a sus vidas sentido y plenitud.

Lo que da sentido a la vida del cristiano (y al ser humano en general), ya sea hombre o mujer, joven o adulto, casado o soltero, presbítero o consagrado, heterosexual o con atracción por el mismo sexo, es el amor. Pero no confundimos el amor con el sexo. Así como puede haber relación sexual sin amor, también puede haber amor sin relación sexual.

Nos ceñiremos a la definición de amor que nos dio Jesucristo y que él mismo practicó. “No hay amor más grande que dar la vida por aquellos a quienes se ama” (Jn 15,13). Los casados deben estar dispuestos a ello en el matrimonio.

Jesucristo, siendo soltero, cumplió esta definición de amor cuando ofreció su vida en la cruz como señal de una entrega total por amor a la humanidad. Por eso el Nuevo Testamento lo reconoce como ‘esposo’ de la Iglesia. Si a los cristianos se nos pide ‘tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo” (Flp 2,1-11), significa que ese es el amor que debemos practicar para llegar a donde Él llegó: a la glorificación.

Hablamos de la entrega total por amor. Hasta la muerte si es necesario. Para un creyente no debe sonar extraña esta propuesta si se recuerda la siguiente frase bíblica: “En una cosa hemos conocido qué es el amor: en que Él dio su vida por nosotros. Así que también nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1Jn 3,16). Y de esa forma alcanzamos la santidad a la que Jesús nos llama a todos. Hay múltiples formas de hacerlo como lo demuestran María, José y tantos santos. En ninguno de los casos es cosa fácil.

La autoestima es necesaria. Esta proviene de la conciencia de que Dios nos ha dado la vida porque nos ama, y nos ha escogido porque tiene para nosotros un propósito. Esta verdad ayuda también a las personas que se han quedado solteras sin haberlo escogido.

No hemos nacido por error o por casualidad. Dios nos ha creado con una gran dignidad, con derechos. Y con obligaciones. Independientemente de las dificultades inesperadas que nos presente la vida, es posible vivir a plenitud desde la fe. Hay que buscar en la oración y la consejería espiritual la respuesta a esta pregunta: ¿Cuál es el proyecto de Dios para mi vida, tomando en cuenta mi situación y mis circunstancias particulares?

Y para encontrar la respuesta hay que volver a Cristo y a su fórmula infalible: entrega total por amor. Amor a Dios en primer lugar. Pero el amor a Dios no puede quedarse en abstracto. Tiene que encarnarse en el amor al necesitado. Un amor puro y desinteresado que nos implique seriamente.

“El soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma” (1Co 7,32.34).

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