La palabra constructiva debe salir de un corazón puro y compasivo ante las fragilidades del otro Se supone que vivimos la era de las comunicaciones. Enviar un mensaje nunca fue tan fácil. Se estima que se envían a diario 300 millones de correos electrónicos y que cada día escribimos más de 100 mil millones de mensajes por WhatsApp.

Comunicación en segundos a cualquier parte del mundo y en tiempo real. Aunque ésta es una verdad irrefutable, lo cierto es que nunca estuvimos tan separados por las pantallas. Entre tanta tecnología hemos olvidado el corazón que late detrás de las computadoras y los celulares.

Los medios actuales son herramientas valiosas de comunicación, pero también tienen una gran capacidad de destrucción.

Hace poco conocí la historia de dos grandes amigos que decidieron resolver un mal entendido a través de un correo electrónico. Es muy difícil dar explicaciones o expresar un sentimiento por este medio en el que no hay inflexiones de voz, no hay gestos, no hay oportunidad a la retroalimentación. La otra parte puede interpretar cada palabra para bien o leerla en un contexto totalmente diferente a la intención de quien escribe.

La experiencia de estos dos viejos amigos no tiene final feliz. Uno de ellos escribió un mensaje duro, acusador, sin oportunidad de diálogo; y el corazón herido del otro respondió de la misma forma. La comunicación verdadera nace de los sentimientos más profundos del corazón y, para que sea efectiva, necesita que sea persona a persona. Sin intermediarios.

Cuántas veces optamos por un mensaje somero de WhatsApp para decir eso que no nos atrevemos a decir en persona y nos escondemos en la tecnología para no enfrentar con honestidad lo que debe decirse a los ojos.

“La palabra constructiva debe salir de un corazón puro y compasivo ante las fragilidades del otro”, dice un artículo del P. Heriberto Herrera en esta edición, y creo que ese es el punto neurálgico de este tema. Hablamos y discutimos como si fuéramos dueños de las verdades absolutas, sin tratar con cariño las fragilidades del otro. En una discusión lo único que queremos es ganar, comprobar que el otro se equivoca y aquí se rompe por completo la capacidad de comunicar.

Este encarnizamiento de la palabra ha hecho de las redes sociales un campo de batalla en el que los sentimientos del otro carecen de importancia. Usamos los medios para destruir y lo que debería ser puente se convierte en muro.

¿Cuántas relaciones de amistades están rotas por una pelea en el chat? O por publicaciones acusadoras de los errores de otro o el caso de los dos amigos tratando de arreglar una situación meramente humana a través un medio tan frío como el correo electrónico.

Debemos volver la mirada hacia la humanidad, entender y poner en su lugar a los medios para lo que fueron creados: acortar distancias, trabajo, negocios, logística, etc. Porque la conversación íntima, la expresión de nuestros sentimientos, buenos o malos, esa le pertenece únicamente al corazón y de frente a otro ser humano, no a una pantalla.

Articulos relacionados

Compartir