Un niño estaba dibujando y la maestra le preguntó:
—Es un dibujo interesante. ¿Qué representa?
—Es un retrato de Dios.
—Pero nadie sabe cómo es Dios.
—Cuando termine el dibujo lo sabrán todos.
Los niños saben cómo es Dios. La verdadera pregunta es: ¿cuánto tiempo nos toma hacer que lo olviden?
Hoy, muchos padres no hablan explícitamente de Dios con sus hijos por miedo a parecer extraños. Pero, más que extraños, son inconscientes. No saben lo que están perdiendo.
Cómo se aprende a conocer a Dios
El aprendizaje religioso pasa por tres etapas. La primera se da mediante la observación y la imitación. Desde la teología y la psicología sabemos que la imagen de Dios, en toda su plenitud, es incomprensible para el ser humano. Sin embargo, en los niños, la influencia de los padres es decisiva: la relación entre padres e hijos se traslada a la relación con Dios. Incluso la autoestima del niño y del adolescente tiene raíces en la familia y repercute directamente en su modo de relacionarse con Él.
Por eso, lo más importante para los padres es aclarar la propia imagen de Dios. No debemos engañar a los hijos con una idea distorsionada de un Dios enemigo de la vida o del amor, porque eso les daña también psicológicamente. Los niños necesitan una relación viva con Dios, no una ideología sobre Él.
Los cinco ingredientes
Los padres que educan a contracorriente saben que Dios no crece en cualquier parte: necesita un terreno especial. Ese terreno es bueno cuando contiene al menos cinco ingredientes; de lo contrario, hablar de Dios sería como sembrar en el mármol.
El silencio
Dios habla en voz baja. La Biblia es clara: Dios es el primer aliado del silencio. El ruido dispersa, el silencio concentra; el ruido vuelve superficiales, el silencio profundiza. María Montessori lo resumía así: “Es imposible que en una escuela ruidosa circulen grandes ideas”.
La capacidad de asombro
Saint-Exupéry decía: “Un hombre sin capacidad de asombro no es un hombre: es un hongo”. Un niño incapaz de maravillarse se vuelve frío, insensible e indiferente. En otras palabras: incompleto.
La valentía
Dios es bueno, paciente y misericordioso, pero no ingenuo. Nos dio la vida y quiere que la devolvamos llena de Bien. Eso no siempre es fácil; muchas veces exige esfuerzo y constancia. Educar a los hijos para resistir en los momentos difíciles les da una base esencial para abrirse a Dios y para crecer como verdaderos seres humanos.
La alegría
Hablar de Dios sin felicidad es imposible. Los rostros tristes son lo menos adecuado para anunciarlo. La experiencia de la alegría prepara el corazón para recibir a Dios y, al mismo tiempo, es la mejor premisa para iniciar bien la vida. Sin alegría no se vive… ni se hace vivir.
El amor
De todos, el amor es el ingrediente principal que abre el corazón del hijo a Dios. “Dios es amor” (1 Juan 4,8). Cada gesto de amor habla de Él y remite a Él. Un niño que se sabe amado por sus padres se siente tocado por Dios y, además, desarrolla la confianza básica para agradecer haber nacido y disfrutar la vida.
Un día un niño preguntó a su mamá:
—¿Tú crees que Dios existe?
—Sí.
—¿Y cómo es?
Ella lo abrazó fuerte y respondió:
—Dios es así.
—Ya entendí.
Dios da sentido a la vida
Cuando admitimos a Dios, descubrimos que existe un hilo conductor que une y orienta todo: alguien escribe recto incluso en renglones que parecen torcidos. El ser humano puede convivir con el misterio —nuestra inteligencia es como un rascacielos al que siempre le falta el último piso—, pero no puede vivir con el absurdo. La falta de sentido lo angustia.
Por eso, Dios, como dador de sentido, se convierte en una verdadera medicina del alma. El psiquiatra Giacomo Daquino lo afirma sin dudas: “La religiosidad madura representa el mejor medicamento, el mejor psicofármaco. Es fuente de serenidad, equilibrio y armonía emocional”. La fe en Dios vence el miedo y derrota el mal de vivir.
“Los niños necesitan una relación viva con Dios”.