Michael Gaida La primera estampa de la Iglesia de Jesús que presenta la Biblia, se encuentra en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Allí están los apóstoles, los discípulos, la Madre de Jesús. El texto comenta: “Perseveraban unánimes en la oración con María la Madre de Jesús” (Hch 1, 14).

Esa es la Iglesia de Jesús: una Iglesia que ha comprendido que su vida depende de la oración. Mientras están en el Cenáculo, en oración, el Espíritu Santo es derramado sobre todos ellos. Luego salen a predicar. Más tarde, cuando el libro de Hechos muestra a la Iglesia de Jesús en sus primeras reuniones, también la describe como una Iglesia que le da el primer lugar a la oración. Dice el libro de Hechos: “Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42).

Los apóstoles tuvieron que afrontar una situación delicada. Muchos les echaban en cara que estaban descuidando a las viudas de los griegos; les pedían una mayor dedicación en favor de estas personas necesitadas. Los apóstoles tomaron una determinación muy sabia; propusieron que se eligiera un grupo de “diáconos” para ese servicio. “Nosotros –dijeron los apóstoles– persistiremos en la oración y en el ministerio de la Palabra” (Hch 6, 4). El Señor les concedió el discernimiento apropiado para no apartarse de la misión principal que Jesús les había encomendado: la oración y el ministerio de la Palabra. Es fácil, con el pretexto de una obra eminentemente social –muy necesaria y laudable– olvidarse de que lo primero es la oración y la predicación para que todo se haga, en el Espíritu, para la mayor gloria de Dios y el bien de las almas.

Pedro es un representante auténtico del fiel discípulo de Jesús. A Pedro la Biblia lo muestra en una azotea en oración profunda. Es durante ese momento de meditación cuando el Señor le inspira, por medio de una visión, que ha llegado el momento en que la iglesia de Jesús debe abrirse a los que no son judíos, a los paganos. Más tarde, Pedro se encuentra con la muerte de una de las mujeres más colaboradoras de las primeras comunidades. Pedro, con toda confianza, se arrodilla junto al cadáver de Dorcas –así se llamaba la difunta– y la resucita. Pedro es un hombre de oración. Antes no había podido velar una hora junto a Jesús en el Huerto de los Olivos. Ahora ya aprendió la lección. Pedro se acuerda que Jesús les había dicho: “Vigilen y oren para no caer en la tentación”. Pedro es un hombre de continua oración.

Pablo es otro de los grandes orantes de la Biblia. Como fariseo, muchas veces había orado mecánicamente como los demás fariseos, que priorizaban el ritualismo y descuidaban el espíritu. Lo cierto es que la primera gran oración de Pablo la va a hacer cuando un rayo de luz lo hace caer y queda ciego. En ese momento, Pablo se da cuenta de su gran error: estaba persiguiendo a Jesús, al Dios que le hablaba ahora por medio de una visión. En ese instante Pablo hizo su primera gran oración: “Señor, ¿qué quieres que haga?” (Hch 22,10). Ahora Pablo comenzó a orar buscando la voluntad de Dios. Esto no lo va a olvidar nunca.

En San Pablo vamos a encontrar un claro magisterio acerca de la oración. Lo primero que Pablo expone es que nosotros, sin la ayuda del Espíritu Santo, estamos inhabilitados para poder rezar como se debe. En su carta a los Romanos va a escribir: “De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no se pueden explicar” (Rm 8, 26). Pablo va a aconsejar orar en todo tiempo y en toda circunstancia, dando mucha importancia a la acción de gracias y a que todo sea en nombre de Jesús (Ef 6, 18). Pablo es el primero en dar ejemplo de oración continua. En la cárcel, a media noche, Pablo reza en compañía de su amigo Silas. Cuando el joven Eutico cae de una ventana y muere, Pablo con gran fe se arrodilla junto al cadáver del muchacho, ora y lo resucita. Si hay alguien a quien se le ve siempre en actitud de oración es a Pablo. De niño como fariseo había aprendido a rezar, pero su oración sólo llegó a la plenitud cuando aprendió a rezar a la manera de Jesús.

La Biblia se inicia con la oración de los primeros seres humanos que platican con Dios, y culmina en el cielo cuando, según el Apocalipsis, ya no habrá necesidad de Templo, porque todo el cielo será un templo de Dios mismo.


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