Animación vocacional: el arte de acompañar en la decisión La animación y el acompañamiento vocacional, es un camino que ayuda a cada joven a descubrir lo que Dios sueña para su vida. A través de experiencias alegres, en comunidad y con libertad, se invita a escuchar con el corazón, a hacer silencio, a preguntarse por el sentido de la vida y a tomar decisiones que llenen su historia. Ya sea como laico, consagrado o sacerdote, lo importante es responder con valentía y alegría a la misión que Jesús propone.

Este acompañamiento se da a lo largo de la vida, aunque se enfatiza especialmente en la juventud, cuando se deben tomar las primeras decisiones: por ejemplo, elegir qué especialidad de bachillerato estudiar y, más adelante, qué carrera universitaria cursar. Además, en la adultez, el animador vocacional acompaña en momentos de cambio, de búsqueda de un nuevo propósito y en la reflexión sobre la dirección que se está tomando hacia el futuro.

Ser acompañado aporta beneficios en diversos aspectos, desde el discernimiento, que ayuda a identificar la voluntad de Dios y qué camino se adapta mejor a las características y talentos de cada persona, hasta la entrega de información, orientación y apoyo para resolver dudas y tomar decisiones acertadas.

Asimismo, otro de los beneficios es contar con apoyo emocional para gestionar lo que se está sintiendo, ya sea frustración y enojo o felicidad e ilusión. Esto también conduce al bienestar espiritual, ya que el acompañamiento ayuda a profundizar la relación con Dios y a discernir la llamada divina. Todos estos beneficios trabajan en conjunto para elegir aquella vocación que dé sentido a la vida y, por ende, genere satisfacción personal.

Todo animador vocacional no debe perder de vista que es un servidor para el futuro de la juventud. Lo principal es que los jóvenes descubran dónde Dios los quiere y los sueña.

Plan vocacional

Antes de cualquier decisión específica, es necesario que el animador y acompañante vocacional ayude a cultivar un terreno fértil, llamando a la acción. Don Bosco encarnó a la perfección está llamada, llevando a la práctica lo que decía el padre Juan Frassinetti: “En los asuntos que importan (las vocaciones), confiémoslos a Dios, como es deber, que Él proveerá; pero entretanto no omitamos hacer todo lo que sea posible”. Para efectuar esas posibilidades existen componentes fundamentales que constituyen la base para cualquier planteamiento vocacional formal. Por ello, es preciso fomentarlos. Entre ellos se destacan:

  • La gratitud: Reconocer la vida y los propios dones como un regalo.
  • La apertura a lo trascendente: La capacidad de mirar más allá de lo inmediato y material.
  • El cuestionamiento vital: La valentía de preguntarse por el sentido de la propia vida.
  • La disponibilidad: Una actitud interior de apertura a la voluntad de Dios.
  • La confianza: Tanto en las propias capacidades como en la bondad de los demás.
  • La capacidad de soñar y anhelar: No conformarse con lo común y aspirar a grandes ideales.
  • El asombro ante la belleza y el altruismo: Dejarse tocar por el bien y desear contribuir a él. 

Estos elementos constituyen el fundamento sobre el cual el joven puede edificar una respuesta vocacional sólida.

Por tanto, el animador vocacional acompaña a la persona para estructurar las respuestas a una llamada personal para amar y servir. Ayudar a asumir esta búsqueda con seriedad es el primer paso para construir una vida auténtica, feliz y próspera. Como decía Don Bosco: “Dios te ve, te conoce, te ama, y tiene un plan maravilloso para ti”.

Exploración constante

En la búsqueda de la vocación, la perseverancia es clave. El padre Miguel Ángel García Morcuende, ex consejero general para la Pastoral Juvenil, propone este comparativo: “Tal vez muchos no saben que los buscadores de petróleo tienen que excavar un promedio de 247 pozos para encontrar uno que les resulte rentable. Y no se desaniman por su cadena de fracasos. Siguen buscando, porque saben que un solo pozo fecundo vale la larga serie de búsquedas estériles. ¿Y una vocación cristiana? ¿Valdrá menos que un pozo de petróleo? ¿Y un corazón salesiano? ¿Será menos rentable? No debemos desanimarnos en nuestra tarea vocacional, consistente en obtener por todos los medios adecuados que otros conozcan, amen y sigan al Señor Jesús”.

 

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