Sin temor a la muerte Hablar de la muerte no siempre resulta fácil. Para muchas personas, es un tema que se evita, como si al callarlo se pudiera alejar. Sin embargo, la fe católica invita a mirarla sin miedo, como un paso hacia la vida plena en Dios. Desde el Evangelio, la enseñanza de la Iglesia y el ejemplo de santos como Don Bosco y san Francisco de Asís, se aprende que la muerte no es el final, sino el comienzo de la verdadera vida.

Para la Iglesia Católica, la muerte no es el final absoluto, sino un paso hacia la plenitud de la vida en Dios. El Catecismo la define como “el fin de la peregrinación terrena, del tiempo de gracia y misericordia que Dios concede”. Jesucristo, al vencerla con su resurrección, le dio un sentido nuevo, de modo que no es un vacío definitivo, sino ganancia para quien vive unido a Él. Por ello, el creyente se prepara con confianza cada día, apoyado en la oración, la vida sacramental y la intercesión de la Virgen María y de san José, patrono de la buena muerte.

La visión cristiana no ignora el dolor que produce la pérdida. La separación física, la enfermedad o el sufrimiento que muchas veces antecede a la muerte son pruebas que afectan profundamente. No obstante, constituyen también una oportunidad para unirse más a Dios. El Catecismo enseña que la enfermedad y la muerte, unidas a la pasión de Cristo, adquieren un valor redentor. Así, incluso en la debilidad y el último aliento, el testimonio de fe y esperanza puede brillar con fuerza.

En la espiritualidad salesiana, la muerte se contempla como el paso a la vida eterna. Don Bosco enseñaba a sus jóvenes a “vivir de manera que, en la hora de la muerte, se pueda decir: he hecho el bien que he podido y he evitado el mal que he sabido” (Memorias Biográficas de San Juan Bosco, MB IX, 469). Esta enseñanza invita a permanecer siempre en gracia de Dios, con alegría y servicio al prójimo, de forma que la muerte no sea motivo de temor, sino un encuentro confiado con el Señor, tras una vida buena.

Hermana Muerte: signo franciscano

A lo largo de la historia, san Francisco de Asís ofreció un testimonio singular al referirse a la “hermana muerte” en su Cántico de las criaturas. Para él, no era enemiga, sino compañera inevitable en el camino hacia Dios. Reconocía que nadie podía escapar de su llegada y proclamaba dichosos a quienes vivían cumpliendo la voluntad divina. En su lecho de enfermedad, y consciente de la cercanía del final, la recibió diciendo: “¡Bienvenida, hermana muerte!”, contemplándola como la puerta que conduce a la vida eterna. Este gesto invita a mirarla no como una ruptura violenta, sino como la plenitud de una existencia vivida en Dios.

Hablar de la muerte desde esta perspectiva no genera angustia, sino que impulsa a vivir con mayor sentido. Prepararse espiritualmente para ese momento supone reconciliarse con Dios y con los demás, cultivar una vida de amor y servicio, y recibir los sacramentos que la Iglesia ofrece, como la confesión y la unción de los enfermos. 

En la fe católica, la muerte es el “sí” definitivo a Dios, una puerta hacia la vida plena y la comunión con los santos; para san Francisco, “hermana muerte” marca el inicio de la verdadera vida.

Hablar sobre la muerte
A muchas personas no les agrada conversar sobre la muerte, menos aún con niños y jóvenes, pues suelen verla como algo lejano o ajeno. La psicóloga española Carla Borrás, especialista en duelo, afirma que hablar de la muerte es positivo porque ayuda a entenderla como el acontecimiento natural que es, y así se pierde el miedo. Al no hablar de ella, se priva a las personas de una preparación serena para el momento de la partida.

 

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