Don Bosco tiene una concepción
religiosa de la historia.
Desde su forma de ver, la historia humana y el corazón de cada persona son el lugar de la acción salvadora de Dios, en una dialéctica perenne entre el tiempo, entre la gracia y la debilidad, entre pecado y redención.
El Dios de la Biblia, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, no es un Dios lejano que observa los eventos desde lo alto; es cercano, activo, implicado en las “asuntos” humanos; su Espíritu llena la tierra y la vivifica, la trabaja, la hace fructificar.
Además, Don Bosco está convencido de que la sangre de nuestro Señor Jesucristo por la salvación de la humanidad no se ha derramado en vano. La gracia y el amor de Dios por el hombre, son más fuertes que cualquier forma de mal, de cualquier resistencia y oposición. Y el hombre - por frágil y pecador - no es abandonado a sí mismo. El Creador, en Jesús Salvador y Redentor, se extiende hacia nosotros, no tanto para salvarnos, sino para santificarnos, para transfigurarnos, para unirnos a él en el amor.
Por esto Don Bosco tiene una confianza incondicional en Dios y en el poder de su gracia: en aquel Dios que se da totalmente, que ofrece a su Hijo unigénito hasta al sacrificio de la cruz para que nadie se pierda, para que todos puedan vivir como hijos suyos.
Confianza de Don Bosco
en los recursos interiores del hombre, su visión optimista de la acción educativa y pastoral, y su luminosa pedagogía espiritual
Aún el joven más débil, más refractario, más mísero, más distraído e inquieto, mantiene intactos, en la visión de Don Bosco, las líneas del rostro y el corazón de aquel Dios que lo ha creado a su imagen y semejanza. Cada joven siente dentro de sí, en el profundo, la nostalgia del Padre nuestro que está en los cielos; es la necesidad de responder a sus llamadas.
En cuanto criatura de un Dios que es caridad, que es amor, cada joven es por naturaleza abierto al amor. Tiene una inmensa necesidad de ser amado y de amar, es sensible al amor gratuito, oblativo, a la amistad desinteresada, a la amabilidad, a la atención personal y al trato individual, a la relación humana positiva.
Sobre este dinamismo interior Don Bosco se confía como pastor y como educador. Partiendo de esta certeza se interroga, experimenta, no se arredra nunca, no desespera, va al encuentro, dialoga, propone, da confianza, anima, tiene paciencia, persiste, combate: en definitiva, educa, forma, instruye, acompaña, asiste.
Don Bosco está convencido
de ser llamado y enviado por Dios
para la salvación de los jóvenes.
Está seguro de haber recibido una vocación para una misión especial en la Iglesia y en el mundo. Una vocación que - como más veces afirma hablando con sus hijos y miembros de la Familia Salesiana - es también nuestra. Él se siente instrumento, humilde, pero necesario y eficaz por la gracia divina. Por esto se hace amigo, hermano, padre para hacer percibir al joven el rostro amigo, paterno y materno de Dios.
Esta conciencia, esta fe en la misión recibida le da coraje y esperanza, porque sabe que no le faltará la ayuda del Señor: la llamada y la misión incluyen el carisma, la gracia necesaria para la eficacia. Además, esta conciencia le infunde un fuerte sentido de responsabilidad. Como ha aprendido de Don Cafasso, el pastor, y todos aquellos que han recibido una vocación educativa y evangélica, deberán dar estricta cuenta a Dios de las ovejas que les han sido confiadas.
Son estos motivos los que inducen a Don Bosco a estar disponible en las manos de Dios y comprometerse todo él en la misión. Quiere llegar a todos. Cada uno tiene una responsabilidad de comunicar el fuego de la fe y del amor que tiene dentro de sí.
A todos quiere ganar para Dios, convencido de que este es el modo de colaborar eficazmente en la transformación de la humanidad, del fermento cristiano en la historia y de beneficiar con la “salvación” de la sociedad, más allá de las personas individuales.
Formado en un concepto muy testimonial de la acción educativa y pastoral, Don Bosco sabe por experiencia y enseña que se puede comunicar a los otros sólo aquello que se posee. La persona del pastor y del educador, su fe, caridad, esperanza, su espíritu de oración, de rectitud, su ejemplaridad moral y la santidad de su vida son atractivos irresistibles, canales comunicativos irresistibles de una propuesta formativa eficaz. Así hace él y lo enseña a sus colaboradores, adultos o jóvenes, desde los primeros pasos del Oratorio.
Don Bosco tenía un método, una estrategia pastoral, un “sistema”educativo
De hecho, si con los jóvenes Don Bosco insiste en que es necesario “darse a Dios con tiempo”, sin esperar a la edad adulta o a la vejez, con los educadores y los pastores afirma que es fundamental conquistar con el corazón y con la confianza de los jóvenes poniendo en práctica todos los recursos del sistema preventivo.
Enseña también que no hay que tener miedo de proponer desde el inicio, pero siempre de manera significativa, fascinante, un claro itinerario de vida cristiana, una sustanciosa espiritualidad juvenil. Cierto, que es necesaria cierta gradualidad, es necesaria una pedagogía de la vida espiritual.
Se requiere crear las condiciones favorables; plasmar ambientes educativos bellos y estimulante, serenos, ricos en propuestas y de presencias humanas simpáticas y vivas, adaptadas a que la propuesta sea significativa.
Es necesaria cuidar a los individuos y a los pequeños detalles, la organización de los momentos importantes, la puesta a punto de experiencias significativas, de recorridos estructurados, de pasajes. Es importante la planificación, la organización, la reglamentación, la calendarización y la revisión periódica y atenta.
Es indispensable sobre todo centrar la atención propia en los jóvenes, dedicarse a las relaciones personales y al cuidado del individuo, a la formación del grupo más allá de la gran comunidad juvenil, garantizar una asistencia eficaz y un acompañamiento personalizado. Aquí comprendemos su interés en formar comunidades educativas y pastorales bien estructuradas, su insistencia en el compromiso personal de los educadores y su “celo” ardiente y “laborioso”.
Confianza y apertura al futuro, tendencia
a la superación, a la trascendencia
y a la orientación escatológica
Don Bosco se había convencido de la posibilidad y capacidad del hombre de progresar siempre, de perfeccionarse, de tender a alcanzar posiciones sociales y condiciones de vida, económicas, morales, espirituales y civiles, mejores; se tenía una fe indiscutible en el progreso.
Don Bosco participaba de esta sensibilidad, pero desde una perspectiva exquisitamente evangélica. Él estaba convencido que cada joven, sobre todo el más pobre, es educado a mirar más allá, a esperar, a desear la redención moral y espiritual, a tender a la superación, a la mejora de sí mismo; cada joven es animado a abrirse, a afrontar el cansancio, la lucha, alimentando fuertemente la esperanza; cada uno es educado para ponerse en búsqueda, para salir de sí mismo, para emigrar del pequeño mundo personal, para superar horizontes limitados, proyectándose hacia “un más allá”, hacia algo “mejor”, un “mañana”, un “afuera”, un paraíso, temporal y eterno.
Pero especialmente propone abrirse a la alteridad del Trascendente, del Dios-Amor, que sólo puede permitirse realizar nuestros anhelos más profundos y alcanzar la “salvación”. Este factor don Bosco lo sabía orientar muy bien, ya sea en la perspectiva religiosa de la santidad, en la tensión hacia la perfección cristiana, como también en la secular de la ciudadanía responsable y competente.