DSC 00007 La familia hoy sigue siendo una institución fundamental para las personas y la sociedad. Como en todos los tiempos, es fuente de alegrías y esperanzas, pero se ve también sometida a fatigas, obstáculos, incomprensiones y sufrimientos.

No obstante las dificultades innegables por las que atraviesa, sigue siendo la familia una escuela de humanidad en sus alegrías y pruebas, y en los afectos profundos que cultiva.

En particular, la familia cristiana adquiere un enorme valor cuando se vive como vocación y misión. La Iglesia considera a la familia como sujeto imprescindible de evangelización.

En estos tiempos la familia navega en medio de dificultades nuevas. La sociedad actual promueve el individualismo exasperado que desemboca en el aislamiento y la satisfacción de los propios deseos como objetivo de la existencia.

Ha disminuido notablemente la dimensión religiosa, sobre todo en las generaciones jóvenes. A ello se une la fragilidad de las relaciones, que se diluyen o quiebran con facilidad, dificultando la capacidad de entablar relaciones profundas y duraderas. El resultado es la soledad.

La vida moderna impone también un ritmo de trabajo con frecuencia incompatible con el cultivo de la intimidad de la vida familiar. Añádase a esto la pobreza que estruja a la mayoría de la población y que inhibe la voluntad de fundar un proyecto familiar o lo resquebraja.

Las consecuencias que se derivan de este cuadro poco halagador son preocupantes. Hay una tendencia al envejecimiento de la población debida al descenso del índice de natalidad. La decisión por tener hijos se ve afectada por la incertidumbre económica. Los ancianos, que constituyen un elemento afectivo de primer orden, ahora son vistos como carga económica o estorbo. Las tiranteces propias de un ritmo de vida acelerado generan con frecuencia un malestar afectivo que desemboca, a veces, en violencia doméstica.

La gente joven opta con facilidad por la convivencia prematrimonial o simplemente establece convivencias sin vínculo estable ni civil ni religioso y con una estabilidad precaria.

Crece el número de niños nacidos fuera de matrimonio, o que crecen con un solo padre, o que son integrados en familias reorganizadas.

El número de divorcios aumenta con la repercusión dolorosa en los hijos, quienes con frecuencia son objeto de pelea por parte de sus padres.

El fenómeno de los padres ausentes también es una penosa realidad. Ausentes por exigencias de trabajo o por desinterés hacia los hijos o por abandono del hogar. Son los niños huérfanos de padres vivos.

La dignidad de la mujer con frecuencia no es apreciada por discriminación de género. Se da el caso de que la sociedad penalice de diversas maneras la maternidad. La violencia intrafamiliar es una realidad notable.

El abuso físico, emocional o sexual de niños se da con bastante frecuencia dentro del ámbito familiar.

Son muchas las familias deterioradas por la guerra, el terrorismo, el crimen organizado o las migraciones.

Este cuadro sombrío podría dar lugar al pesimismo. La Iglesia lo considera como una realidad innegable de la que debe partir para ofrecer el aliento sanante de la fe en Jesucristo, quien vino a este mundo a salvar a los sufrientes y darles vida abundante.

 

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