En este alargado tiempo de Navidad avive usted su espíritu crítico y láncese a la aventura, tal vez desagradable, de bucear en la atosigante marea de publicidad “navideña”.
Pero antes reúna mentalmente los elementos típicos que identifican una Navidad cristiana. El Niño Jesús de primero, por supuesto. El es el rey de la fiesta. Luego, José y María en adoración emocionada. Añada el buey y la mula, echados dignamente junto al Niño. Y un grupito de toscos pastores. Talvez una estrella colgada sobre el pesebre. A lo mejor, los orondos reyes magos en la lejanía. Todo envuelto en una pobreza desolada pero noble. Y ya está completo el cuadro. San Francisco de Asís no necesitó más elementos para visibilizar el tierno misterio de Dios niño.
Eso es lo que celebramos cada año. O deberíamos celebrar. Porque ahora todo ese conmovedor escenario ha quedado casi desplazado por elementos que nada tienen que ver con el misterio del nacimiento de Jesús.
Y si no, vaya a un centro comercial, uno de esos grandiosos templos modernos del consumismo exacerbado. El gordinflón Papa Noel o Santa Claus, ese extraño señor de vestiduras extravagantes y carcajadas tontas aparecerá en todos los rincones y con todos los tamaños, ofreciendo montañas de regalos ¿gratis? a los niños del mundo, ¿también a los más pobres?
¿Qué hace allí un gigantesco árbol de pino desbordado de coloretes? Abundante nieve falsa y trineos tirados por renos luciendo cuernos enormes han borrado de un plumazo la humilde gruta de Belén. Cancioncitas pegajosas que no paran de enviar mensajes insípidos (“beben y beben los peces en el río”) y que nos aturden desde que entramos hasta que salimos de allí.
Y el frenesí de la gente que va y viene en todas direcciones, hambrienta por comprar. Comprar, comprar, comprar. Todo en promoción. Que se lo crean los ingenuos. Para eso está el aguinaldo, que hay que gastarlo todo y pronto. Una vez tuve el error de visitar uno de esos ambientes “mágicos” que emboban hasta al más prevenido. Iba por algo que me urgía, olvidando que era “tiempo de navidad”. Al instante quedé atrapado en el torrente circulatorio. Me desconcertaban esas miradas voraces, ese frenesí hasta casi echar a correr. Empecé a entender un poco eso de la “psicología de masas”. Dios mío, cómo nos manipulan.
El riesgo es que esa hojarasca comercial nos robe la oportunidad de unirnos a los ángeles y pastores para adorar y contemplar a Dios hecho niño, tan al alcance de nuestra mano y de nuestro corazón.