El 10 de junio de 1868, 2º día de la consagración de la iglesia de María Auxiliadora, llegó en un carruaje un hombre de noble aspecto que pidió confesarse; luego todo conmovido y con ejemplar recogimiento se acercó a la Sagrada Comunión. Hecha la oportuna acción de gracias se dirige a la sacristía, hace una ofrenda diciendo: Rueguen por mí, y cuenten a todo el mundo las maravillas del Señor por intercesión de la Santísima Virgen.
- ¿Se puede saber quién eres y qué te ha traído aquí? dijo el sacerdote que lo escuchaba.
- Yo -respondió- vengo de Faenza; tuve un hijo, único objeto de mis esperanzas. Habiendo enfermado a los cuatro años, ya no tenía esperanzas de vida y lo lloraba desconsoladamente como si estuviera muerto. Para consolarme, un amigo me sugirió que hiciera una novena a María Auxiliadora con la promesa de hacer alguna oblación para esta iglesia. Lo prometí todo y añadí que vendría personalmente a hacer mi ofrenda acercándome aquí a los santos sacramentos si obtenía la gracia. Dios me la concedió. A mitad de la novena mi hijo estaba fuera de peligro y ahora goza de excelente salud. Ya no será mío, pero le llamaré hijo de María para siempre. He caminado dos días habiendo cumplido ahora mi obligación me iré consolado y bendeciré siempre a la Madre de Misericordia, María Auxiliadora.