camino. O casi. Era la visita pastoral a la comunidad más lejana del territorio que se me ha asignado: Setal. Dos horas y media de carro. El problema se encuentra en el último trayecto.

La comunidad está asentada en un valle estrecho encajonado entre dos montañas casi cortadas a pico. El acceso es un camino que desciende en diagonal por la pared de una de ellas. Llamarlo camino es un lujo. Apenas cabe un vehículo. No hay borde sobre el abismo. La superficie es desigual. Para colmo, la llovizna convierte en lisa la superficie irregular.

Cuando di la vuelta en la cumbre y miré horrorizado esa pendiente imposible, juzgué temeridad descender por allí. Pero la gente me esperaba allá abajo. Con el corazón hecho un puño, metí la retranca y comencé a descender a vuelta de llanta. En cada pequeño desliz del vehículo se me encogía el corazón.

Pensaba: ¿qué pasaría si, en un caso improbable, me encontrara un vehículo en subida? Pues sí. Veo aparecer en un recodo un camioncito que subía imperturbable. La ley no escrita en estos caminos angostos es que al carro que desciende le toca retroceder hasta encontrar una apertura para dejar pasar al que viene. Intento acongojado el retroceso. Un par de metros y constato que se trata de una misión imposible para mí.

Pongo el freno de mano. Apago el motor. Desciendo del vehículo y me encamino hacia el caminoncito que espera desafiante en su derecho de obligarme a retroceder. El chofer, un muchacho, me recibe con cara seria. Supongo que piensa que voy a discutir con él.

Me le acerco con una sonrisa desarmante. – Mira, -le digo- tú aquí eres el experto y yo no puedo retroceder. Toma la llave de mi carro y lo llevas a la cumbre. Me mira con simpatía y se hace cargo de la situación. Con soltura de experto se adueña de mi carro y lo lleva a buen seguro. Al final, le digo: - Cuando tengas tiempo, me enseñas a manejar por estos caminos infernales. Nos damos la mano como buenos amigos.

Termino de bajar esa pendiente que consideraba eterna. Al fondo, la gente me recibe con alegría, como viejos amigos. Es la fiesta de la misa que se celebra allí muy raras veces en un año.

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