Lo que vemos hoy, muchas veces, es lo contrario: Se quiere vivir lujosamente, pero trabajar lo menos posible. ‘Mis deseos son derechos que puedo exigir sin admitir ninguna obligación’.

“Después de mucho tiempo, regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores” (Mt 25,19). Esta expresión del Evangelio hace referencia al juicio final. Más adelante en este mismo capítulo 25, Jesús hace consistir el juicio final en haber dado de comer al hambriento, de beber al sediento, etc.

En cambio, aquí, en los versículos 14-15 y 19-21, el juicio final se basa en haber llevado una vida productiva. Se trata de multiplicar los talentos que Dios nos ha prestado. Debemos activar nuestras habilidades y capacidades al máximo de nuestras posibilidades, siempre en actitud de servicio.

Un ejemplo y modelo lo encontramos en el libro de Proverbios (31,10-13.19-20 y 30-31 que hablan de la mujer hacendosa. “Adquiere lana y lino y los trabaja con sus hábiles manos. Sabe manejar la rueca y con sus dedos mueve el huso. Abre después sus manos al pobre y las tiende al desvalido”. ¿Pero la promoción de la mujer y su independencia económica no era cuestión del siglo XX después de Cristo?

Así pues, para la Biblia, tanto en al Antiguo como en el Nuevo Testamento, la vida consiste en hacer un trabajo productivo que beneficia también a las personas que no pueden producir económicamente (niños, enfermos, ancianos). Esta mujer de Proverbios 31 no pierde tiempo en vanidades: “Son engañosos los encantos y vana la hermosura”. Por eso es digna de gozar del fruto de su trabajo. Por eso también en el Evangelio de Mateo 25,14-15 y19-21, se dice al buen servidor: “Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en las cosas de poco valor, te confiaré las cosas de mucho valor”.

Aquí mismo se denuncia la pereza como un gran pecado: “Siervo malo y perezoso, ¿por qué no pusiste el talento a producir? A este hombre inútil échenlo fuera”.

Las enseñanzas de San Pablo están en la misma Dirección: “No vivamos dormidos como los malos; antes bien, mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente” (1Tes 5,6). O: “El que no trabaje (pudiendo hacerlo), que no coma” (2Tes 3,10).

Trabajar duro y vivir sobriamente es un programa bíblico. Pero ¿no es ésta también la fórmula de una buena economía? Tras un padre pobre, pero trabajador y austero, sigue un hijo rico.

Lo que vemos hoy, muchas veces, es lo contrario: Se quiere vivir lujosamente, pero trabajar lo menos posible. ‘Mis deseos son derechos que puedo exigir sin admitir ninguna obligación’.

Esta es la fórmula para el fracaso y la pobreza: tras un padre rico que despilfarra, sigue un hijo pobre.

Por supuesto que la Biblia debe ser leída e interpretada en un sentido espiritual. Pero eso no impide que la Biblia pueda tener aplicación también a lo que sucede de hecho a muchas personas, en muchas familias e incluso en muchos países, según sean sus gobiernos.

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