"No tendrás otro Dios fuera de mí" Decir que una religión determinada es la religión verdadera, aparece hoy día como una arrogancia inadmisible. El espíritu de nuestra época está retratado en la pregunta de Pilato: ¿Qué es la verdad?


El agnosticismo afirma que no se puede conocer la verdad. Para muchos, ésta sería la única postura adecuada. La verdad es sustituida por la decisión de la mayoría. Se cree que no existe la verdad como algo accesible al ser humano, y que sea obligatorio para todos. Este relativismo constituye el problema más hondo de nuestro tiempo, en opinión de Joseph Ratzinger.
El relativismo es también la razón de que la verdad sea sustituida por la acción. Así, lo que es verdad no lo sabemos, pero lo que sí sabemos es lo que tenemos que hacer: lograr una sociedad mejor. Esa sería la tarea común de todas las religiones.
El trabajo de los misioneros aparecen entonces como la pura arrogancia de los cristianos, que se creen superiores, que históricamente habrían pisoteado una multitud de culturas religiosas y habrían privado así a los pueblos de lo mejor que tenían.
De ahí procede la expresión: “¡Devuélvannos nuestras religiones tradicionales! ¡Vamos a restaurarlas! ¡No atenten contra las religiones todavía existentes!”
Pero, si pensamos, por ejemplo, que en la consagración del templo principal de los aztecas en el año 1487 fueron sacrificados en cuatro días 20.000 personas que derramaron su sangre en los altares de Tenochtitlán, ofrecidas como sacrificios humanos al dios Sol, entonces será difícil que a uno se le ocurra exigir la restauración de esa religión.
Un ejemplo más actual es la doctrina hindú sobre la inferioridad de los que nacen parias en la India y, por tanto, el destino los hace inferiores e intratables. Mahatma Gandhi, era hindú, pero oyendo la voz de su conciencia abandonó esta creencia sin dejar de apreciar todo lo bueno de su cultura.
Los sacrificios humanos, la discriminación de los parias, así como el actual terrorismo islámico, no proceden de una innata ‘inclinación a la crueldad’ de las personas, sino de creencias fanáticas equivocadas. Lo cual demuestra que no todas las religiones son caminos de Dios hacia los hombres y de los hombres hacia Dios.
Reconocemos humildemente que el misionero cristiano se ha equivocado muchas veces. Se han exportado elementos culturales europeos como si fueran elementos esenciales del cristianismo. Tenemos que aprender a entender las religiones, de manera mucho más profunda.
Pero debemos admitir también que si Dios es un Dios personal, yo me hallo bajo los ojos de Dios y en el espacio de su amor. Así las cosas, el Shema Israel (Escucha Israel) es para el pueblo judío, e igualmente para la Iglesia de Jesús, el fundamento definitivo de nuestra existencia: “¡Escucha Israel! El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,4s).
Esto vale para todos los hombres de todas las culturas.
Por esta fe murieron los mártires. El primer y más importante mandamiento es: “No tendrás otros dioses fuera de mí” (Ex 20,3; Dt 5,7). En este mandamiento se basa todo lo demás. Jesús cuando fue tentado respondió: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él le darás culto” (Mt 4,10).
Si fuera verdad que todas las religiones son iguales, entonces el trabajo de los misioneros serían una especie de imperialismo religioso, al que habría que oponerse. Pero si en Cristo se nos ha concedido gratuitamente un nuevo don, el don esencial: la verdad y la salvación, entonces es una obligación el proponer con amor esa verdad y esa salvación a todos. Respetando, eso sí, su libertad.

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