las parejas que solo unidas de hecho eran menos estables que las casadas. Pasados los primeros años, estas parejas perdían la perspectiva del largo plazo. Lisa Brenninkmeyer se refiere a una historia real. Una pareja que cohabitaba sin casarse le pidió a un cura (medio en broma, medio en serio), que diera una bendición a su unión de hecho (cosa que no es lícita). Pero, para sorpresa de la pareja, el cura accedió y animó a los novios a invitar a toda su familia y amigos a esa bendición especial.

Pero les advirtió que adaptaría el ritual de la ceremonia a su situación de unión libre. Emplearía, pues, la siguiente fórmula:

Yo, Rick, te tomo a ti, Mónica, para que seas mi pareja de cohabitación, para tener sexo conmigo y hacerte responsable de la mitad de las facturas. Para quererte y sacar partido de ti. Desde este día en adelante, o mientras nuestro arreglo funcione, te seré más o menos fiel en la medida en que mis necesidades se vean satisfechas, y si no aparece nada mejor. Si rompo contigo, eso no significará que tú no eras especial para mí, porque te quiero. Te quiero casi casi tanto como me quiero a mí mismo. Me comprometo a vivir contigo durante un cierto tiempo. Por lo tanto, ayúdame. En el nombre de las opciones sexuales y el egoísmo. Amén.

Se trata, por supuesto, de una parodia, pero sirve para reflexionar.

El Dr. Miguel Ángel Martínez (‘Salmones, hormonas y pantallas’, 2023), hablando como epidemiólogo, afirma que, al comparar los casos de uniones de hecho con las parejas casadas, los primeros tienden a que sus conflictos terminen en rupturas. Porque, al fin y al cabo, no había compromiso firme.

Quienes cohabitan tienden a mantener una mentalidad de menor compromiso y mayor independencia personal. Desgraciadamente en muchos países occidentales se ha hecho muy frecuente la cohabitación sexual sin vínculo conyugal. También crecieron, entonces como nunca, las rupturas al cabo de unos cuantos años de vivir juntos.

Aparentan estabilidad en la convivencia, se compartían los salarios y otros recursos, así como el trabajo en el hogar. Si había hijos, el aspecto de familia se preservaba también externamente. Se distribuían las tareas de cuidarlos y educarlos.

Sin embargo, a pesar de esta similitud, quedó patente que las parejas que solo unidas de hecho eran menos estables que las casadas. Pasados los primeros años, estas parejas perdían la perspectiva del largo plazo. Cuando pasaban más años se volvía más difícil ir sumando los conflictos y contratiempos.

No resulta fácil mantenerse fiel ‘en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amar y respetar” a la otra persona todos los días de una vida. Cohabitar sin casarse implica inseguridad. ¿Qué pasa si uno de los dos enferma de gravedad o queda incapacitado? ¿Quién estaría dispuesto a pasar el resto de su vida atendiéndole cuando no existe ningún vínculo legal que dé esa seguridad? ¿Qué pasa si uno de los dos se enamora de otra persona? En esos casos, estar casado es un seguro.

Existe también una relación entre uniones de hecho y violencia contra la mujer. El feminismo, con razón, constantemente lamenta los ‘feminicidios’. Pero, realmente, la práctica totalidad de violencia machista es la causada por parejas sentimentales no casadas; y el feminismo no hace tanto como podría hacer por promover una relación de pareja sana, donde se evite la cosificación de la mujer y se fomente el respeto, el valor de la espera antes de casarse y la formación de una familia.

En el contexto donde el sexo es para buscar gratificación, sin ningún compromiso, los varones pueden desarrollar la concepción de que las mujeres son meros objetos para dar rienda suelta a los instintos. Y cuando la mujer no es sumisa el varón recurre a la violencia.

Todo muy triste, pero las estadísticas apoyan esta explicación. Es más, los niños que nacen durante la cohabitación de sus padres tienen un mayor riesgo de fracaso escolar, mayor pobreza, mayores problemas de conducta y delincuencia, riesgo elevado de acabar siendo madres o padres solteros, mayor riesgo de abuso de sustancias tóxicas, mayor propensión al abuso de niños.

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